Otra ponencia tumbada
Actualizado: GuardarLo del Tribunal Constitucional con el Estatuto catalán va camino de convertirse en una historia de terror. Llevamos cuatro años esperando un pronunciamiento que no viene por varias razones: en primer lugar se pretende la cuadratura del círculo: decir lo de la nación sin que eso sea decir que Cataluña es una nación, o sea un trabalenguas sin sentido. En segundo lugar, y muy al hilo de lo anterior, se pretende contentar a todos. A los nacionalistas separatistas y a los constitucionalistas, y ello tampoco puede ponerse en pie. En tercer lugar, con todo lo anterior también se pretende una cabriola jurídica imposible, y que encima el tribunal Constitucional conserve intacto su prestigio, algo también imposible, no sólo por la trayectoria del tribunal, sino porque si entendemos por prestigio intacto que no critiquen tus decisiones, entonces, queridos miembros del Tribunal, no haber aceptado formar parte de él, porque, como dice el refranero popular, no se puede repicar y andar en la procesión. Los tiempos cambian que es una barbaridad. Hubo una época en la que el centralismo era progresista y revolucionario, como nos enseñó Francia a partir de 1789. La derecha era particularista porque en el particularismo estaban sus privilegios y fueros. Llegaron los jacobinos y dijeron: una sola nación, y tomaron todos las armas para defenderla del peligro legitimista. Así nació el servicio militar obligatorio, del concepto de 'nación en armas'. Con el tiempo, la mili se convirtió en algo carca y facha, y los nuevos jacobinos se hicieron pacifistas, habitantes de un planeta distinto. Ahora la izquierda heredera intelectual de la Revolución Francesa se ha vuelto federalista y secesionista, y la derecha defiende una idea de nación que es tachada de fascista y residuo del franquismo. Ahora nos dicen que la Constitución del 78 no fue fruto del consenso, sino de la claudicación ante el aun potente franquismo instalado en todos los resortes del poder. Esta perversión de la realidad amenaza con inundar los últimos bastiones del buen sentido y de la gente culta y letrada que no está dispuesta a ser tomada por gilipollas. Y así llegamos a la ponencia séptima del Estatuto catalán, con Doña María Emilia tomando las riendas. El tema no pinta muy buen final.