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Arquetipos

Que un funcionario tenga el puesto de trabajo asegurado favorece la animadversión

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La representación mental del funcionario es uno de los arquetipos más profundamente arraigados del imaginario simbólico nacional. Así como hay, según Jung, un inconsciente colectivo para la especie, también hay, estoy convencido, un pequeño inconsciente colectivo nacional compuesto por una serie de imágenes y conceptos más o menos recreados que invariablemente se trasmiten de generación en generación. Y entre ellos, destaca la figura caricaturizada del funcionario público. ¿Conocen el chiste del funcionario ateo? Pregunta: ¿A que no saben por qué la mayor parte de los funcionarios son ateos? Respuesta: Porque les resulta muy difícil creer que después haya una vida mejor. Así pues, si le preguntas a un español de cualquier edad su opinión acerca de los funcionarios, el tópico saltará como un automatismo y la mayoría dará una respuesta peyorativa, acorde al modelo que se le ha trasmitido.

Sin embargo, está demostrado que si se particulariza la cuestión y se le pregunta sobre cómo ha sido atendido en situaciones concretas, la opinión es, curiosamente y salvo raras excepciones, bastante satisfactoria. Pero la vida es un estado de interinidad permanente y el hecho de que el funcionario tenga el trabajo asegurado (en un país, además, en el que la precariedad del empleo forma parte de la cultura popular), favorece la animadversión y consolida el mito. Sobre todo, en épocas chungas, claro. Que les vayan a bajar ahora el sueldo, les importa en realidad sólo a ellos.

En España hay más de tres millones de funcionarios, sumando las distintas administraciones, pero sospecho que no van a quejarse demasiado, a pesar de los tímidos anuncios de paros y protestas. Entre otras cosas, porque los parados son ya más de cuatro millones. Y eso acojona mazo. De todas formas, hay desde luego otros arquetipos igualmente pintorescos en nuestra abigarrada galería nacional, como el «tarugo con puestazo» y el «pensionista por el morro», que también deberían ser susceptibles de los recortes de urgencia. Si el mayor enemigo de los funcionarios eficaces es el tarugo con puestazo nombrado a dedo (ya saben, el tarugo al que nombran director general de algo raro sólo para que no haga nada), el peor enemigo de los pensionistas es, sin lugar a dudas, el pensionista por el morro: ese redomado pícaro que ha conseguido cobrar un dinero público todos los meses de un modo fraudulento o por medio de engaños, provocando que otro que lo necesita y lo merece de verdad se quede sin él. Si el funcionario data de Larra, el pícaro, como saben, se remonta al barroco. Este país produce pícaros de primera calidad desde hace más de 400 años. Y todos nos hemos sentido alguna vez orgullosos de ello. Pero ya no. La insolencia de estos personajes, me temo, causa verdadera alarma social en tiempos de crisis. Digo yo.