Opinion

Elogio del mariquita

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Alfredito pasa revista a su biografía de mariquita de pueblo durante el franquismo en cualquier pantalla grande donde proyecten 'Madre amadísima' de Pilar Távora, mientras Ramón Rivero, el actor que lo interpreta y uno de los pioneros a la hora de luchar por dignificar a los homosexuales de este país, se recobra de un infarto en la UCI del hospital de Sanlúcar. Cierta crítica especializada ha puesto medio a parir al filme, rodado a caballo entre las provincias de Cádiz y Sevilla, pero quienes no somos críticos especializados probablemente veamos en esta producción audaz y modesta un elogio cómplice y hasta cierto punto naïf de aquellos que fueron bautizados habitualmente por la maledicencia con un sinfín de sinónimos: pargüelas, los de la cáscara amarga, sarasas y toda la ristra de nombres y sambenitos que Federico García Lorca enumeró en su célebre 'Oda a Walt Whitman'. Eran quienes estaban en la otra acera bajo un régimen que les criminalizaba bajo la aplicación estricta de la ley de vagos y maleantes. Los primos lejanos de quienes fueron gaseados junto a los judíos, a los gitanos y a los comunistas por el nazismo. Los que cosían para la calle o se quedaban a vestir a la patrona del pueblo como si en aquellas vírgenes encontrasen un reflejo freudiano de sus madres. A veces, la humillación de aquellos mariquitas no llegaba a la paliza que sufriera Miguel de Molina, a fines de los años 50, hasta el punto de empujarlo al exilio. A veces, la peor humillación era un chiste, o una mirada, o un silencio. He ahí lo mejor de la cinta dirigida por Pilar Távora, una mujer valiente que no suele contar con grandes medios para sus proyectos cinematográficos, y por un guión de Santiago Escalante, inspirado a pies juntillas en su obra de teatro del mismo título. Por los créditos circulan actores gaditanos como la sanluqueña Gala Evora o el jerezano Carlos Cabra metido a trebujenero. Y José Burgos, David Lora, Nacho Vázquez, Gloria de Jesús, Julio Vargas, Celia de Molina, Alicia Moruno, Sebastián Haro, María Alfonsa Rosso, Belén López-Escobar, María Cabrera e Inma Font. Y luego esta la luz, el sur solar, que probablemente sea lo que menos ha cambiado sobre este territorio en donde ahora -¿quién se lo diría a Alfredito y a su madre?- ya casi nadie llama mariquitas a los homosexuales e incluso pueden casarse aunque, de tarde en tarde, algún chufla les llame julandrones y les sigan dando de hostias a las primeras de cambio en las zonas de sombra donde nunca termina de llegar esa otra madre amadísima a la que llamamos democracia. Y es que la humildad de aquellos camarines de la Virgen, donde Alfredito interpretado por Ramón Rivero simboliza a muchos otros héroes desconocidos en una larga, sorda y a veces desalentadora batalla por las libertades, también forma parte de nuestra memoria histórica. Y Pilar Távora ha querido rescatarla con todos los honores. Donde hubo un insulto, una gracieta o en todo caso paternalismo, ella ha puesto un elogio. Con independencia, naturalmente, de lo que opinen nuestros críticos.