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La reconquista de Inglaterra
Los conservadores vuelcan sus esfuerzos en el estratégico distrito de Sttaford, donde el propio Cameron perdió en el inicio de su carrera
Actualizado: GuardarA las 4.30 de la madrugada del 2 de mayo de 1997, James Cantrill, que había cumplido 17 años y ya tenía carnet de conducir, y que se afilió en aquella campaña al Partido Conservador, entre otras cosas, porque presentaba un candidato, David Cameron, joven como él, conducía su coche mientras salía el sol. Cantrill recuerda bien aquel momento de su vida.
Escuchaba la radio tras pasar la noche en el centro de recuento de votos. Había sido horrible. Los conservadores no sufrían una derrota como aquella desde el tiempo en el que los lideraba el primer duque de Wellington. Astros de la política, como el hijo de español Michael Portillo, habían comparecido ante las cámaras con la escarapela azul en la solapa y ante el micrófono del estrado en el que el responsable de la cuenta de votos declaraba la victoria de algún ignoto laborista, habían felicitado al ganador con la cortesía exigible y el futuro pulverizado.
James Cantrill recuerda que se dijo: «Here we go». No es una expresión de lamento o de enfado. Podría traducirse como un «veremos lo que pasa». Es una prueba de la contabilidad materialista y metódica de la vida que Napoleón achacó a una Inglaterra que vio como un país de tenderos. O la prueba de las virtudes de sus habitantes que el presuntuoso y chauvinista míster Podsnap veía en sus compatriotas, en la última novela que escribió Dickens: modestia, independencia, responsabilidad, reposo...
Cantrill ha visto desde entonces tres derrotas de su partido en las elecciones generales, amortiguadas por la toma de control del Ayuntamiento de Stafford en 2003, cuando él mismo fue elegido concejal. Y ha visto también a David Cameron, aquel candidato que perdió un escaño que siempre fue 'tory', renovar el partido y liderar su reconquista de Inglaterra.
Precaución sistemática
Este hombre de 31 años, nacido en una familia de granjeros y que ejerció de jefe de informativos de una radio cristiana antes de convertirse, hace año y medio, en el director de la campaña conservadora en Stafford, responde a las preguntas sobre aquella campaña de Cameron con precaución sistemática.
Vino con mucha gente. Sí, Samantha también estuvo aquí. Trabajó duramente y hasta el último día. Se marchó tras aceptar la derrota porque tenía un trabajo importante como relaciones públicas en una compañía de televisión y no ha regresado. Es lo normal, el sistema es así. Aunque el líder -dice Cantrill para asegurarse de que no deja la más mínima impresión negativa- mantiene contacto con miembros de la asociación conservadora y les saludó el otro día en un mitin no muy lejos de aquí.
Los medios dicen que perdió esta circunscripción, pero en 1997 habían cambiado las lindes y el escaño que era antes seguro se convirtió en 'marginal'.
Cantrill cree que la gente de este distrito se sentía más cómoda con el 'nuevo' que con el 'viejo' laborismo y espera que ahora el nuevo conservadurismo de Cameron recupere el escaño. «El partido tiene que analizar siempre qué está ofreciendo y adaptarse a los cambios pero manteniendo firmes las creencias centrales: un estado pequeño, dar a la gente libertad, tendencia a menos impuestos y más responsabilidad individual», dice.
En 2005, el laborista David Kidney ganó el escaño por 2.221 votos. Ahora, el candidato 'tory', Jeremy Lefroy, un concejal y empresario vinculado también a la Iglesia cristiana, tendría que ganarlo si Cameron va a gobernar. Pero la disputada campaña en Stafford sigue las reglas de limpieza pactadas por Cantrill con sus rivales.
Debate de guante blanco
En el centro de una ciudad que fabrica grandes transformadores y ofrece servicios a la rica agricultura circundante -en un atardecer que embellece la monumentalidad de iglesias y edificios públicos- los candidatos debaten en una sala llena de público lo que harán sus partidos para combatir el cambio climático. Hay un intercambio cordial de pareceres. El diputado Kidney inicia varias intervenciones afirmando: «Como dice Jeremy...». Y el conservador Lefroy afirma en un momento: «Creo que debemos agradecer a David lo que ha hecho...».
Las circunscripciones marginales en las comarcas centrales del oeste posiblemente decidirán con su metódica ambigüedad las elecciones. Y existe la sospecha, aireada en medios de Londres, de que la batalla conservadora por escaños como el de Stafford es dirigida con subterfugios y malas artes desde un misterioso centro de comando y control en el este de Birmingham. James Cantrill dice que no sabe si existe tal centro, pero que ellos no han recibido dinero ni propaganda desde allí.
En esa oficina conservadora que es objeto de especulación y misterio se recibe con sorpresa la propuesta del periodista extranjero: «Acabemos con las teorías conspirativas. Pasaré por allí en la mañana. Invítenme a tomar una taza de té, me muestran sus instalaciones y me voy». Hay risas, sí, y promesas de devolución de llamadas, que luego se extinguen.
Perfectamente situada en un cruce estratégico de autopistas, Coleshill Manor está en un área de campiña pulcramente urbanizada, con parterres segados, pilares de piedra que indican el límite de velocidad y un letrero que dice: «Está usted entrando en un entorno seguro». Se divisa una mansión de ladrillo rojo en el típico estilo neogótico inglés más allá de la barrera y de los porteros que cortan el camino.