La ciencia en la Universidad
CATEDRÁTICO DE DERECHO MERCANTIL DE LA UCA Actualizado: GuardarLa reciente aprobación del Anteproyecto de Ley de la Ciencia y la Tecnología pone de relieve que este asunto principal está al fin en la agenda de trabajo del Gobierno. El Anteproyecto contiene algunas medidas esperanzadoras que van, a mi juicio, en buena dirección, pero deja fuera el tratamiento de un factor crucial para el desarrollo de la ciencia en España: me refiero, en particular, al doble perfil científico y docente del profesor universitario. Unamuno señalaba como un mal de la Universidad de su época la falta de investigación y el hecho de que algunos profesores (haraganes y cobardes intrigantes, decía), se limitaran a impartir sus clases, empleando la cátedra como trampolín hacia puestos más lucrativos o socialmente apetecibles. Afortunadamente, la innegable evolución de la Universidad y de la sociedad a la que debe servir ha ampliado nuestro horizonte, y hoy la legislación vigente establece sin concesiones al pasado la necesidad de que la figura del profesor universitario aúne tareas -y aptitudes- docentes e investigadoras.
La Universidad española, tras la maduración que representa la naturaleza híbrida de la función magistral, ha dado un salto cualitativo notable en los últimos treinta años, impulsada sobre todo gracias a la promoción de la investigación de calidad que ha multiplicado las tesis, publicaciones, patentes, etc., algunas de excepcional mérito. En algunos campos punteros, la ciencia española comienza a ser tenida en cuenta fuera de nuestras fronteras y todos podemos participar de este orgullo. Pero este sentimiento grato que produce el avance no puede vivirse pasivamente; todo lo contrario, la ciencia y la investigación requieren su constante fomento en la Universidad, que es su medio natural. Y es quizás en la actividad de fomento donde conviene señalar algunas disfunciones que merecen un replanteamiento.
En la práctica, las recientes reformas de nuestros planes de estudio y de la normativa universitaria en general, al amparo del proceso de Bolonia y en un marco de restricciones presupuestarias, parecen relegar el componente científico del profesor, primando desproporcionadamente la tarea docente. Ello, unido al incremento de las tareas puramente burocráticas, supone que la casi totalidad de la dedicación horaria del profesor ha de emplearse en tareas no científicas, hasta el punto de que quien pretende mantener el esfuerzo investigador ha de sacrificar, cada vez más, su tiempo personal y familiar.
Como media, un profesor español dedica a la docencia en el aula o laboratorio una media de siete u ocho horas a la semana, con clases que requieren a su vez una preparación y actualización constante. Sumemos a las horas de preparación e impartición las de tutoría, las reuniones del Departamento o la Facultad y, sobre todo, la increíble cantidad de tiempo que ha de emplearse en farragosos trámites burocráticos que se retroalimentan inútilmente ¿Cuándo se investiga? Margarita Salas lo ha expresado recientemente con claridad meridiana: «los que hacen investigación son héroes porque prácticamente no tienen tiempo. Eso hace que muchos tiren la toalla. Llega un momento en el que no pueden más». Llegados a este punto, hemos de seguir preguntándonos en qué se diferencia una Universidad sin investigación de un Instituto de Enseñanza Media. En su momento Ortega clamaba: «La universidad española se distingue del instituto en que los libros de texto tienen cien páginas más. Por lo demás, tan instituto y tan escuela es lo uno como lo otro». Ciento cuatro años más tarde, parece que su voz conserva parte de actualidad, en la medida en que aquella pregunta no termina de responderse con suficiente limpieza.
El profesor universitario debe investigar porqué es su obligación como miembro de una institución que, sin vanguardia en el conocimiento, pierde su razón de ser y, además, porque ha de estar en posición de transmitir a los alumnos y discípulos una perspectiva crítica de los hechos y un espíritu científico que desaparece si le falta la tensión constante con la realidad y la atención a las nuevas aportaciones, sea cual sea el lugar del mundo donde se produzcan. Sin el propósito del descubrimiento o del avance intelectual se corre el riesgo, consumado muchas veces en la práctica, de transmitir a los alumnos contenidos pobres o estáticos y de convertir, en definitiva, a la Universidad en un trasunto de Enseñanza Media o, en el mejor de los casos, en una mera maquinaria de producción de títulos con valor más nominal que real.
El fomento de la investigación ha de premiar la excelencia científica, que no es sólo una compensación económica, sino un «aliento» en todos los sentidos, buscando efectivamente el equilibrio adecuado en el doble papel del profesorado. El nuevo modelo de financiación universitaria que estudia el Ministerio de Educación contempla la creación de complementos de excelencia científica y de innovación, que como medida coadyuvante es buena, pero no puede despistarnos de la necesidad principal de clarificación del valor que respectivamente haya de reconocerse al componente docente y al investigador en la carrera y en la actividad cotidiana del profesor universitario.
La visión de futuro de la ciencia y la tecnología requieren un sistema universitario que se alimente de ambos nutrientes y garantice su obtención de manera constante y en su justa proporción. Un profesor universitario español puede en la actualidad enfocar su profesión hacia la docencia exclusivamente, o puede además tratar de ampliar su magisterio con el fruto del esfuerzo investigador. Entre ambas opciones existe una diferencia cualitativa y cuantitativa que las separa en el orden académico y que merece un nuevo equilibrio, pero éste no puede consistir sólo en remunerar el esfuerzo investigador, sino, sobre todo, en valorarlo al repartir la carga docente de manera que los profesores que no aporten producción científica vean incrementadas sus horas lectivas.
Es bueno y necesario que nuestra sociedad sepa que al profesorado de la Universidad española que sigue investigando no le mueve el dinero, como es bueno y necesario que pueda medir y valorar su dedicación, a menudo incomprendida por los propios compañeros y, peor aún, denostada por el recelo de los que simplemente no tienen vergüenza y utilizan la universidad para disfrutar cuotas de poder completamente antiacadémicas.