PE Y JA

Nunca he pisado una alfombra roja, ni fucsia siquiera, soy más de tarima flotante y baldosa fría, así que hablaré de pálpito e intuición. La fama es un estado indefinido y finito que afecta de manera diferente a los que la sufren y a los que la disfrutan. Lo que está claro es que en esto de la fama hay castas, clases, niveles, o categorías, como se prefiera. La primera es la popularidad, ese barniz que te hace sobresalir de tu entorno más cercano, casi siempre, es amable y da más de lo que quita. Después de esta fase inocente, uno, si se empeña y vende su alma al papel cuché, puede ir subiendo puestos en el escalafón para, al final, entrar en la fama propiamente dicha. Una vez conquistada, habrá que pelear duro para no descender al incómodo abismo de los «¿qué fue de...?». La fama es así, infiel y caprichosa, si no le dedicas atenciones y plegarias te deja tirado en cualquier esquina. Estas consideraciones son para el pueblo llano, para el común de los mortales, porque no nos engañemos, generalmente, la fama se entierra con nuestros restos. La posteridad es un terreno mucho menos accesible, está destinado a unos pocos elegidos que conquistarán el glamour y seguirán siendo famosos y darán que hablar incluso después de haberla palmado.

Uno de los caminos para esa gloria eterna parece que pasa por hincar los tacones en la alfombra roja del teatro Kodak, donde se dan los «Yo». Por ahí pasearon, el otro día, Pe y Ja, nuestros 'Pit y Jolie' particulares. La pareja que sólo se enseña de manera oficial en las entregas de premios y demás actos publicitarios. En la ceremonia de los Goya nos regalaron un ensayo y mil sonrisas y en los Oscar tuvieron que ejercer ya de inmortales. Hay que reconocer que no lo hacen mal. Nada mal. Pe está entregada a la causa de los flashes y Ja le sigue el juego como buen actor que es. Pero, y es una impresión mía, seguramente estaría mas tranquilo en las ceremonias en las que podía ponerse la pegatina de 'no a la guerra'. Pasen buen día.