Morante de la Puebla. :: J. L. PINO
Sociedad

Primores de Morante en otra buena tarde de la Feria de invierno de Madrid

MADRID. Actualizado: Guardar
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Estaba el ambiente con Morante: un clamor en cuanto asomó por el portón de cuadrillas, una fortísima ovación al romperse el paseo, y Morante y sus compañeros de terna tuvieron que salir a saludar.

La cara arriba del toro en viajes cortos, apenas provocados en toques de muleta casi escondida, no animó ni inspiró a Morante. Dos ayudados por bajo, cuatro garabatos buenos, una tanda en redondo arrebujada y compuesta. Pero a los diez muletazos estaba cansado Morante. Cortó sin más. Media trasera.

Así que fue como si esperara a mejor ocasión. La ocasión fue el turno siguiente y casi por sorpresa: el cuarto cuvillo, remangado, de mejor traza que el primero, echó las manos por delante -y no hubo quite de lujo- y, entre trotón y corretón, suelto, parecía más por irse que por pelear. Falsa alarma.

Morante reclamó a las musas. Y entonces vino a ser una faena muy hermosa de ver. La imaginación del torero de la Puebla del Río para, apenas abierto el compás, improvisar sin atender a querencias. Una firmeza exquisita: de toreo posado, lacios los brazos, como si torearan los dedos las más veces. Una especie de magnética lentitud que hizo al toro embestir como en dos o tres tiempos. En el toreo a dos manos se explayó a gusto Morante. En el toreo cambiado, cuyo repertorio sabe manejar Morante con tanta habilidad como fantasía. Una estoada desprendida. Dos orejas. Una preciosidad.

De los seis toros de Cuvillo el más bondadoso fue el segundo, casi el toro de carril; el de más humillada embestida el quinto, que rompió en la muleta y no antes. La codicia clásica del toro fijado por Cuvillo, su prontitud para repetir. Un error de cálculo -cite de lejos en los medios para abrir sin tocar siquiera- le costó a Talavante, encunado y volteado, dos batacazos. También fue falsa esa alarma. A la noble inercia del segundo se acopló sin miedo Talavante. Una abundante faena que tuvo de prólogo estatuarios y de epílogo una tanda de arrucinas. Y, por cuerpo, tandas ligadas por las dos manos. Hubo cortes y pausas. Un poco de todo pero sin definirse la vía. Seis pinchazos después, una trasera y dos descabellos. No anda la espada de Talavante.