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María dejó su fusil
Una joven ex guerrillera colombiana denuncia el alistamiento de miles de niños en las FARC, «donde a las mujeres nos usan como objetos que manosean»
Actualizado: GuardarNingún compañero de la universidad donde estudia ni vecino alguno de su barrio conocen el pasado de María, nombre supuesto de una ex miliciana. Ignoran que cuando esta joven tenía doce años se enroló en las FARC, el grupo insurgente que hostiga al Ejército colombiano en amplias regiones del país. Ella proviene de un pequeño pueblo rural. «Allí los guerrilleros eran la ley y la gente ni sabía el nombre del presidente», alega. «Había mucho sufrimiento, mucha necesidad en mi familia y yo, tan inocente, me fui con la columna para que a mi padre no lo echaran de sus tierras».
Entonces comenzó un calvario que relata aún sobrecogida. Ella lo cuenta en charlas por su país y ahora lo expone en una gira por España organizada por varias ONG, entre ellas Alboan, que luchan contra el reclutamiento infantil.
La muchacha perdió su infancia y también el derecho a no ser violentada. «Allí, quieras o no, las mujeres tienen una pareja y los hombres deciden por ti, nos usan como objetos, que manosean y botan, como un desperdicio», explica. «Es un dolor muy grande». También tuvo que disparar y soportar la soledad, la desconfianza, golpes, humillaciones. «Pero lo peor es que abusaron de mi mano para matar a una persona».
Participar en el fusilamiento de un civil apresado fue una experiencia irresistible. «Me dejó traumatizada», admite. «Lo veía cuando iba a dormir, cuando volteaba una esquina». Y, harta, tres años después de haber ingresado, decidió huir. Desgraciadamente, fue capturada y sus camaradas decidieron democráticamente si la ejecutaban o respetaban su vida. Ganó el perdón, pero tuvo que sufrir dos meses de pena atada a un árbol y caminar encadenada.
María no se amilanó y volvió a escapar. Obtuvo ropas civiles, se cortó el cabello y llegó hasta una pequeña terminal de autobuses. «Oía a mis espaldas voces conocidas que decían que había que buscarme y matarme». Aterrada, se refugió en los baños de la estación. «Me entré y me puse a orar y los oía empujar puertas hasta que alguien dijo que la prófuga ya voló y que había que irse porque estaba el Ejército al llegar», recuerda. «Dios me dio una segunda oportunidad».
Regresar al comando
El Gobierno colombiano hace gala de sus esfuerzos para reintegrar a los ex combatientes, incluso cuenta con la denominada Alta Consejería para la Reintegración, aunque, según cuenta María, la realidad no resulta tan bienintencionada. Cuando solicitó ese apoyo, no recibió atención médica ni hicieron nada para reintegrarla con los suyos, tan sólo la asignaron a una familia que había de ejercer su tutela. «Me escondían o me mandaban a la calle. Se avergonzaban de mí», lamenta. «Hay muchos prejuicios contra nosotros».
La ex miliciana, una niña que sólo sabía sumar y restar cuando se echó al monte, tuvo que volver a estudiar. Al alcanzar la mayoría de edad se quedó sin derecho alguno y embarazada. Su novio, también ex guerrillero, había sido asesinado por los paramilitares. El certificado de desmovilización, un título que le habría concedido protección oficial, apareció traspapelado en una oficina. «Si hubiera llegado a tiempo no habrían matado a mi novio, no habría vivido en la calle y mi hijo no habría nacido enfermo. Fue todo demasiado duro».
Tras contactar con la Fundación Benposta, ONG local que apoya a jóvenes desmovilizados, su vida dio un vuelco significativo. Ahora estudia Trabajo Social mientras realiza campañas de sensibilización sobre la situación de muchachas como ella, chicas que un día combatieron y ahora quieren pasar página. «Hablo para que no haya más señalamientos, para que se las proteja y apoye porque las niñas soldado sufren secuelas y traumas».
En sus charlas advierte que no se trata de un fenómeno residual, que cada día nuevos menores son captados por las guerrillas antigubernamentales y las fuerzas paramilitares, incluso traspasando fronteras y llevándose a pequeños venezolanos y ecuatorianos. También que el rechazo obliga a algunos a reincidir, a regresar a su comando o a buscar empleo en las filas enemigas, siempre deseosas de veteranos capaces.
Algunos de los pequeños pueden ser obligados a enrolarse y otros parten voluntariamente. «Hay que preguntarse el por qué», aduce. «No es que se identifiquen con las FARC o el ELN, es que no han conocido otra cosa y no tienen oportunidad». María asegura que los recuerdos la animan a proseguir, a ayudar a quienes llegan solicitando ayuda para incorporarse a la sociedad. «La guerra no tiene solución», afirma tajante. «Pero sí reclutar niños. Ellos tienen que empuñar un lápiz, no un fusil».