La importancia de las cosas
Actualizado: GuardarEl jueves pasado recibíamos en la Fundación Caballero Bonald a la escritora Marta Rivera de la Cruz. Nos contó de su obra, de sus motivaciones y sus fundamentos, de sus modos y sus artimañas. Nos habló sobre todo de su novela más reciente, La importancia de las cosas, y sostuvo la idea de que los objetos tienen un alma, una historia que en ocasiones sólo una persona, su propietario, es capaz de convocar.
Durante la lectura de su apasionante novela (que les recomiendo desde este humilde estrado) y durante la charla en la Fundación, yo rememoraba toda una serie de cosas, en el sentido material, en las que se cumplía aquel aserto del alma y de la historia.
Recordaba sobre todo un cofrecillo de taracea que mi abuela Ángeles tenía sobre el tocador de su dormitorio y que yo me quedé cuando murió. Es una de esas cajitas con incrustaciones de madera y nácar que se pueden comprar por poco dinero en cualquier tienda granadina. La anécdota de ese cofre la conozco de segunda mano. Tengo las fotos del viaje de los abuelos a Granada. Sobre un fondo blanquísimo, se les ve, risueños, ya jubilados, descubriendo la nieve. Sé cuándo y aproximadamente dónde adquirió la abuela la caja de taracea, pero no puedo sino conjeturar los momentos felices que le evocaba su contemplación. Dentro de ella, además, hay un rosario de cuentas de madera que no soy capaz de relacionar con la imagen de la abuela. Nunca la vi rezar, aunque sabía que le tenía cierta devoción heredada a la Virgen del Carmen por haber sido su padre fue marinero. Por qué el rosario dormía en el cofre de taracea, de dónde vino o qué lazo (religioso o no) unía a ambos objetos, es un enigma personal que ya no podré desentrañar. Quizá para explicar todo eso existe la literatura.