LA OLLA A PRESIÓN
Actualizado: GuardarTodo está que echa humo y por tanto es el momento de echarle valor. Quizá no convenga pintarse la cara con diversos colores, como hacían los indios de las películas antes de atacar: la diligencia política puede que se esté tambaleando, pero constitucionalmente no hay otra y el servicio de poetas está todavía lejano. El señor Rajoy, que tienen un encanto perfectamente resistible, ha dicho que está dispuesto a gobernar «desde ya». Su disposición es admirable, porque el país se las trae, pero quizá deba tener en cuenta la disposición de los gobernados, aunque esté descompuesta. El Gobierno ha salido de 'road show', que es como salir de excursión para aplacar los nervios de los mercados, donde siempre se grita mucho. En La Moncloa, que ni es una montaña ni es mágica, creen que si se sacan adelante la reforma de las pensiones, el plan de austeridad y la reorganización de las cajas, todo podrá cambiar. Algunos creemos que cuando se rompe una porcelana, por muy bien que se la pegue y se la sostenga con las dos manos, nunca queda como estaba.
La olla española está más caliente que nunca porque hay muchas personas echándole leña al fuego. No conviene, en mi opinión de viejo comensal, que se vuelque bruscamente, aunque en 'El Quijote' se lea eso de que más vale vuelco de olla que abrazo de moza. Nos puede quemar si no la sorbemos despacio, procurando que no haga ruido, para que ningún compañero de mesa nos diga es «la mejor sopa que ha oído nunca». A mí me han obligado a consumir varias: la primera en el año 36, cuando me tenían que poner un cojín para alcanzar la mesa nacional.
Sé que pedir sensatez es más fácil que pedir dinero, pero me parece que se están produciendo aglomeraciones. La olla está podrida, pero no hay que precipitarse.