Opinion

El reino del toro bravo

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La mañana es fría y la cama está caliente, pero un sutil rayito de luz de aurora no cesa de acariciar las persianas de mis ojos. El olor a café espabila los sentidos y la charla de los vaqueros, bien ataviados con sus zahones, botos y garrocha en mano, me recuerda que los amaneceres en la dehesa son más tempranos que en la ciudad. Me dirijo a pasear por la serrana tierra del toro bravo, rey de un paraíso creado para él. Pocas cosas tan hermosas como un ramito de romero en flor. La luz de la alborada es casi milagrosa y da tono a un horizonte de color. Algún conejo juguetón deja asomar sus orejillas entre los cardos borriqueros. Los galgos del cortijo son como rayos que levantan el blanco polvo, estrellada estela campestre; ellos acometen entre los caballos que se dirigen con sus vaqueros a apartar unos toros que se lidiarán en San Sebastián. La mirada del colorao es seria y desafiante, dice sin decir que ése es su territorio, y que mantengas las distancias. Contrasta con el zaíno, que se muestra pastueño sin levantar su corona de marfil. El burraco es el que más gusta al mayoral; bajo, con cuello, astifino. Tiene hechuras de embestir y es hijo de 'Centurión', aquel que salvó su vida gracias a su bravura en Antequera. Más allá, junto al río y pasando las flores corintos y morados, encontramos a las vacas junto a sus añojas. Una manada de cabestros pastan tranquilamente junto al gallo, que lleva su cacaraqueo orgulloso y mañanero casi sin aliento.

Ha llovido mucho, y los dos pantanos están casi rebosando, mostrando un azul y verdoso brillante. Allí se mojan el gaznate el sinfín de animales cautelosos que conviven en torno al toro bravo. Un ciervo con su cervatillo se aproximan a la orilla para beber. No me he topado con ningún jabalí, pero el hijo del mayoral me da fe de la mala leche que les caracteriza y «si tropiezas con Lunares mejor huye», me advierte de un bravío ejemplar que embiste ferozmente. El canto de un jilguero me recuerda a un martinete, su cante me dice que cuanto más dolido más bello es.

Las dehesas son pulmones para España, creados en torno al toro bravo, único animal protegido y amado como ningún otro durante cuatro años de vida sin parangón. A ningún otro animal se le da la oportunidad de vivir tan libre y a su aire, en su maravilloso hábitat silvestre y salvaje. Su destino es morir en la plaza, pero con la dignidad y la valentía de luchar con su raza y de incluso ser indultado si lo mereciese. ¿Qué otro animal puede decir esto?