PINCHITO MORUNO

ADELANTADOS A SU TIEMPO

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Salvador Lucero se ha jubilado. Muchos quizás no lo conozcan así, al pronto, pero si le digo que era el dueño del Bar Bahía, el museo que hay frente a Canalejas, ya les sonará algo más. No me he equivocado de palabra. Puede que esté yo un poco majara, eso sí, pero he llamado al Bar Bahía museo en su condición de que mantiene en su interior una gran cantidad de monumentos. Son de comé, no de piedra, y, afortunadamente eso se nota. Estoy seguro de que habría muchos más aficionados a la cultura si en todos los monumentos, como estos, se pudiera mojar pan.

Siempre he considerado injusto que se le den premios y agasajos a pintores y escultores y, sin embargo, los que hacen monumentos comestibles pasen desapercibidos. No comprendo como el inventor de la ensaladilla o de las papas con carne no tienen un Nobel, cuando han aportado mucho a la humanidad y han quitado mucha hambre.

Salvador Lucero ha construido en su taller del Bar Bahía quizás hasta más joyas que las que pudiera hacer la joyería de Gordillo que está a pocos metros de su establecimiento. Los huevos rellenos, que todos tenemos el recuerdo de engollipamiento en excursiones de chiquillos, se convirtieron tras pasar por sus manos en obra de arte con repujado de pimientos morrones y sus costillitas en adobo o sus salchichas al vino tienen salsas de 18 kilates, uno por cada sopón de pan que hay que introducir en la salsa hasta dejar el plato con más brillo que la calva de un papa.

Además sus joyas, servidas en plato de loza blanca, han tenido siempre una ventaja y es que brillaban desde lejos desde que se empezaba a oler a guiso de carne con papas por la calle San Francisco.

Salvador ha sido, además, un adelantado a su tiempo. Cuando comer de tapas era considerado de segunda división, no como ahora, este gaditano ya estaba viajando hasta Nueva York para enseñar en la gran manzana, sin caramelizar, cómo se comía a base de poquitos. Salvador, al igual que Faustino Rodríguez, el del Bar Juanito en Jerez, descubrieron eso de comer de tapas mucho antes de que los gurús del nitrógeno empezaran a divulgarlas por el mundo. Salvador Lucero y Faustino Rodríguez merecen que su provincia, la de Cádiz, les reconoza este mérito, porque son también grandes artistas, igual que los que tallan piedras, pintan lienzos o escriben en los papeles.