Artículos

La gilización de Laporta

Sin duda actuó convencido de que los éxitos deportivos eran un salvoconducto irresistible para todo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Laporta no es Gil, desde luego. Hay diferencias insalvables. 'El Gordo', como le conocían en Marbella, era un sinvergüenza coherente que no se enmascaraba al hacerse alcalde «para vender pisos» y se exhibía con la descarnada estética de un sátrapa bananero con sus guayaberas sudadas en el patio de Monipodio. En cambio, Laporta se había diseñado a sí mismo como el Garibaldi del independentismo catalán con acento atildado de Pedralbes y trajes impecables quizá de la casa Huntsman&Sons en Saville Row o de Via Montenapoleone. Pero tras la demoledora 'due diligence' de su contabilidad, la sombra incómoda de Gil le va a perseguir en su salto del fútbol a la política populista. No es indiferente robar o dilapidar a calzón quitado, pero en los tribunales de justicia, no para las taxonomías perplejas de la opinión pública.

Laporta sin duda ha actuado convencido de que los éxitos deportivos son un salvoconducto irresistible para todo. Es la escuela del fútbol. Un año después de verse colgado sobre el abismo de las urnas, alcanzó la categoría de héroe nacional y se lo rifaban los soberanistas hasta presidir la marcha de las antorchas por Companys en Montjuic. Los títulos del Barça parecían pólvora sobrada para catapultarse al más allá y los culés ya le habían demostrado su indulgencia plenaria, dispuestos a creerse incluso su retórica de la cantera sagrada de la Masia frente a la estrategia florentina del talonario, cuando en realidad se encontró una generación colosal del legado Cruyff pero en la sección de Baloncesto mimetizó la estrategia de 'los galácticos' construyendo un equipazo a golpe de chequera. Y desde luego nadie le pedía certificados de buena conducta tras sus farras regadas con champán que la prensa ultramontana aireaba hasta el ridículo. Todo se le iba a perdonar, o casi todo, pero no un marrón de 80 millones tapados con ingeniería financiera. Eso ya no cuela ni bajo la hazaña de los seis títulos ni bajo el bucle melancólico del victimismo nacionalista.

A cinco meses de las elecciones, su estrella brilla menos. A Laporta le han retratado sus números -la contabilidad es un fotomatón implacable- y le han desdibujado sus ínfulas. Ni siquiera se trata de Tapie o Berlusconi, con la fascinación de sus megafortunas, sino solo un caradura sospechoso de aprovecharse para viajar en 'jets upperclass', amantes a sueldo, hoteles en el Golfo Pérsico, restaurantes planetarios, clubes al amanecer y detrás el guardaespaldas para cubrirle con la visa del club si se terciaba encalomarse algún extra. Se ha desmoronado el cliché exquisito del Garibaldi catalán pasado por Saville Row; él solo se ha autorretratado como otro oportunista de la mamandurria del fútbol con aspiraciones políticas.