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Pura vida

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C uentan que el cómico mexicano Antonio Espino conocido con el nombre artístico de Clavillazo, utilizaba como muletilla el pura vida en todas sus películas, muy populares en los años 50.

En la actualidad es una de las frases que más utilizan los costarricenses para demostrar que todo se encuentra bien, e incluso se ha convertido en el lema turístico de este país, verde por los cuatro costados y acogedor allá donde los haya.

Esta semana Ana, Pilar, Violeta, Laura y Aida, cinco niñas gaditanas que ganaron un concurso de pintura medioambiental organizado por el Ayuntamiento de Cádiz y enmarcado dentro de un convenio firmado con el Ministerio de Educación del Costa Rica y el Instituto Nacional de Biodiversidad, han tenido la oportunidad de conocer que dos simples palabras pueden condensar toda la grandeza de un país y su gente. Las cinco cruzaron el lunes por primera vez el charco que separa a España de Iberoamérica, pero que a la vez siempre los ha unido, desde hace ya muchos siglos, allá cuando América fuera descubierta por Cristóbal Colón. Y se nota que el vínculo nunca se ha roto, como estoy segura que nunca se romperá el que Ana, Pilar, Violeta, Laura y Aída han estrechado con Mauren, Joselyn, Tomás, Kendall y Rebecca, los cinco niños costarricenses que en junio visitaron Cádiz como premio por este mismo concurso.

Si hay algo bonito en esta vida es ver disfrutar a los niños, la rapidez con la que hacen amistades, con la que se emocionan, ríen y lloran y, sobre todo, la agilidad para aprender cuando merece la pena escuchar. Y ellos lo han conseguido en poco tiempo, pero en mucho a la vez, porque en sus recuerdos siempre quedará cómo dibujaron juntos sus humedales, hablaron de sus experiencias, de todo lo conocido en sus respectivos países, del respeto al medioambiente y de la vida misma, esa que ellos disfrutan con inocencia y que los mayores debemos conservar para que en un futuro sea pura, como la Naturaleza que respiraron en Costa Rica y que quedará para siempre en sus retinas.

En estos cinco días las niñas han aprendido a diferenciar una garza de un martinete o un pájaro carpintero, a escuchar los gritos del mono congo y su enorme capacidad torácica, a ver colores inimaginables en las alas de una mariposa o cómo una tortuga sobrevive a la espera de que ellas le devuelvan la vida acercándola de nuevo al mar. Han visto los enormes huecos que dejan en la arena la tortugas cuando paren a sus crías y cómo en el Caribe no todo es sol porque la lluvia no hay quien la pare cuando dice aquí estoy.

Una experiencia inolvidable que seguro marcará el futuro de estas niñas cuando vean que alguien pisa un césped, arranca una flor o, simplemente, no respeta el medioambiente donde ellas vivirán con sus hijos.

Mirarán el verde de otra forma y, por qué no, les contarán en el messenger o en el tuenti a sus amigos que vieron de cerca una iguana, a un maní y a un caimán y que otros niños, allá al otro lado del Atlántico no lo tienen tan fácil como ellos.

Que muchos recorren a pie muchos kilómetros bajo una intensa lluvia para ir a la escuela, que no todos tienen ordenador, ni más de un pantalón para vestir, pero que son felices con poco y con mucho a la vez, con unos padres que les quieren, cuidan y enseñan a ser personas de provecho en un mañana incierto. Ellos, todos, esos niños y esas niñas son pura vida.