Cifras y letras
Actualizado: GuardarRecibo un mail de Seix Barral: «'El asombroso viaje de Pomponio Flato' ha vendido cien mil ejemplares en seis días». Eso fue el miércoles, así que a estas alturas la cifra debe haber aumentado. Es un libro ligero (190 páginas) y humorístico, garantizado por una firma, Eduardo Mendoza, que si tiene una obra «seria» genial, la llamada «menor» no le va a la zaga, porque esa levedad es una virtud, un raro prodigio, y lo sabemos sus lectores de muchos años, que le hemos seguido desde 'La verdad sobre el caso Savolta', hasta 'Mauricio...', sin perdernos piezas tan sensacionales como 'El laberinto de las aceitunas' o 'El misterio de la cripta embrujada', que son algunos de los libros que más me han hecho reir en mi vida. Pero es que, además, otro título distinto por completo, un tochazo denso y duro como pocos, una obra maestra sin paliativos, con alguna de las páginas más terribles y hermosas que se han escrito nunca, que ha sobrevivido a la censura, a la persecución, al paso del tiempo y al cambio de la historia, como es 'Vida y destino', de Vassili Grossman (en Círculo-Galaxia), con cerca de mil páginas, ha alcanzado también cifras millonarias. Como él, venden tiradas importantes otra serie de títulos de los llamados difíciles, de los que retan al lector a esforzarse en comprender, hasta el punto de que las editoriales están volviendo a programar y cuidar esos textos de calidad, cuando todo hacía pensar, si una se asoma a las mesas de novedades, que son malos tiempos para lo que no sea novela histórica de perfil bajo, conspiraciones fabuladas con supuesta base real o manuales de autoayuda y «coatching».
No creo que las ventas, la cifra de negocio, ni la audiencia sean el indicativo de calidad, en absoluto. Vendió mucho Ana Rosa Quintana después de que se supiera que su libro era un plagio. Grandes autores murieron pobres y desconocidos. Pero es el argumento más usado para denostar la cultura, el viejo monotema de lo minoritario frente a lo mayoritario. Ante la avalancha de las nuevas formas de ocio, del avance de las tecnologías, del mercantilismo, de la moda y lo «popular», la cultura clásica, modesta, de toda la vida, la que no hace aspavientos y se cuestiona a sí misma, y se sabe abierta y sin fronteras, se ha visto tan machacada que se ha plegado sobre sí, se ha retirado, ha renunciado a luchar por el primer plano y se ha quedado a la sombra, convertida más que nunca en placer secreto, en culto mistérico. Que es algo, reconozcámoslo, también pleno de sentido para quienes saben que de un buen libro, de una buena música, de una obra de arte, de una gran película, se disfruta sin artificio ni alharacas, que es una sensación personal e intransferible. Yo aún diría más, como Hernández y Fernández: vital e insustituible.
Pero a veces, ay, las cifras cantan, y cuando los argumentos se vuelven en contra de quienes creen que «todo eso sólo interesa a cuatro», entonces es la ocasión de volver a sacar las plumas y los correajes y de decir que, aunque no se vea a simple vista, la lectura no ha muerto y sigue habiendo un gran número de locos por las buenas obras, y que esa gente, que cada vez son más, aunque no presuman, aunque no hagan ruido, aunque no les hayan dado el título de «moderno», que no sé yo quién los imparte, no son momias, ni prostáticos, ni alienígenas, sino que, por el contrario, viven entre nosotros, y los hay jóvenes, críticos, contraculturales, apasionados y reclaman, y se divierten, y se gastan su dinero, y tienen sus filias y sus fobias, y votan y... también disfrutan de la NintendoDS, un poner.
Símbolo del tiempo presente
La Sala de Turbinas de la Tate Modern londinense está atravesada por una enorme grieta, que se agranda a medida que avanza. Es la obra de la escultora colombiana Doris Salcedo titulada 'Shibbolet', una palabra hebrea de difícil pronunciación que se usaba en la antigüedad para descubrir a los extranjeros y, de paso, detenerlos y degollarlos al cruzar el Jordán, según el Libro de los Jueces. Utilizada como símbolo y denuncia del racismo y de la división entre los mundos y los hombres, es además una potente imagen de lo contemporáneo: de una serie de certezas que se agrietan, de fisuras que se abren en lo sólido, del peligro, la angustia, lo efímero, lo fragmentario y lo discontinuo, cicatriz, frontera... Ni siquiera el alegre trote de los turistas desconcertados sobre la pieza impide el estremecimiento. 'Shibbolet', título también de un poema de Celan, reconcilia con el a veces tan déspota, altanero y superficial discurso del arte contemporáneo.
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