Polvo de estrellas
En el fondo del corazón hay un soplo de humildad y fortaleza que nos acerca a Dios
Actualizado: GuardarLa costumbre y la fe -la mía y la de mis mayores, la de mi madre de forma muy especial- hacen que en ocasiones abra los Evangelios. Lo hago al azar, lo mismo que con el Quijote, porque es en estos dos libros en los que con facilidad y hondura noto la mano y la inspiración de Dios. Jamás las expectativas quedan defraudadas. Antes de empezar a escribir esto que ahora doy a leer lo abrí en el momento en que Don Quijote termina destrozado tras el ataque a los molinos que creía gigantes. Sancho, que empieza a notar que su amo está loco, se desanima, le corroe la duda y piensa: es mejor dejar a este hombre y volver a casa. Don Quijote, loco pero no tanto como para no saber lo que piensa su escudero, le anima diciendo eso tan hermoso de que «no es un hombre más que otro, si no hace más que otro». Consuela a Sancho y le pide que esté tranquilo, que no es posible que el mal ni el bien sean durables: «Habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca. Así que no te congojes por las desgracias.».
Hay tanta piedad en el Quijote, tanto amor y caridad que me invita a ir hoy a uno de los momentos más bellos y misteriosos de la historia de Jesús de Nazaret. Para la comunidad católica, la Resurrección es la clave de bóveda del Gran Misterio, que ya Pablo de Tarso dijo eso de que si Jesús no hubiera vencido a la muerte nada entonces tendría sentido.
Yo no estoy tan seguro. Más allá de la Resurrección el Nazareno dejó pistas, caminos abiertos para que siglos después de su muerte Cervantes pudiera escribir eso de que no es un hombre más que otro si más no hace. En realidad, sólo el que se entrega es algo, eso es lo que dice el Caballero de la Triste Figura. Para que ahora podamos leer esto, Cervantes tuvo que leer a Juan (13, 1-15) en uno de los pasajes más hermosos y estremecedores de las Escrituras, el que conocemos como el lavatorio; el momento en que Jesús, conocedor de que le quedan horas, seguro de lo que es, decide despedirse lavando los pies de sus apóstoles, Judas incluido. Pedro no entiende: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le dice: Lo que yo hago tú no lo entiendes, pero lo comprenderás más tarde.
Han pasado más de dos mil años de aquello y hoy comprendemos bien lo que Pedro no entendía. Por episodios como este podemos vivir aún creyendo que en el fondo del corazón de los hombres hay un soplo de humildad y fortaleza que nos acerca a Dios. Los científicos creen que la vida en la Tierra vino de sitios remotos. Que somos polvo de estrellas. En días como hoy, mientras siento cómo unas manos lavan mis pies, lo creo. Y en esa creencia quisiera vivir siempre.