opinión

El revés de la trama

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No está lejano el día en el que comprobemos que detrás de las ventanllas de los bancos no hay nadie. Hace tiempo que fueron sustituídas, para evitar las colas, por minúsculas salitas donde al pedigüeño siempre se le da la razón, pero nunca se le da dinero. Era una forma, siempre de agradecer, de dorar la píldora de la avaricia legalizada, pero ahora resulta que hay que rescatar a los secuestradores. Si el desfalleciente euro se colapsa no solo los consejros, sino los ujieres, lo van a pasar peor. Hay que salvarlo por la cuenta que nos trae, aunque no coincida con la cuenta corriente.

Bruselas advierte de lo que todos sabíamos y los más importantes bancos del mundo han tenido que intervenir. No han logrado evitar la caída, pero están dispuestos a impedir la recaída y hablan de un acuerdo para llegar al «Gobierno económico común». Las utopías no solo están fuera del lugar, como su nombre indica, sino fuera del tiempo. ¿Por qué muchos compatriotas siguen pidiéndole dinero a los bancos más cercanos si estos a su vez se lo están pidiendo a los llamados «seis grandes bancos centrales»? Bastante tienen ellos con detener el batacazo del euro.

Pedid y se os dará alguna explicación que justifique que la petición no puede ser atendida. Hay que dejar que las entidades económicas se recuperen y vuelvan a tener el dinero suficiente para prestarnos algunas pequeñas proporciones, que ya se encargarán de que adquieran un mayor tamaño. Esa técnica, con ser irreparablemente mala, no es la peor. Lo terrible es que no presten nada interesadamente y se cierren en banda.

Menuda banda. Rothschild, que debía de saber algo de eso, dijo que el banquero es un hombre que presta a otro el dinero de un tercero. ¿A quién pedírselo entonces para fundar una pequeña empresa o para salvar de un mal momento nuestra hipoteca? Parece que a cualquiera menos a un banco. «Buscar mendrugo en perrera, vana quimera», decían nuestros clásicos, que no firmaban más letras que las escritas por ellos.