opinión

La costumbre de vivir

Pienso si podría ser real un segundo debate en que el moderador fuera un parado de larga duración

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Paseo por la estación María Zambrano, en Málaga. Acabo de dejar el AVE que me trae desde Madrid. Espero la hora de salida del helicóptero que me llevará a Ceuta. Hago tiempo paseando por la moderna estación; espaciosa y llena de ciudadanos que entran y salen de los trenes. Tiendo a leer los letreros más que a mirar. Es una vieja costumbre que me hace recordar a Cervantes cuando decía que no había papel en el suelo que no leyera. En el suelo, pintadas en el mármol encuentro unas palabras escritas con hermosa caligrafía. Las letras son un elemento decorativo. Las personas las pisan sin reparar en su significado. Es un pensamiento de Pablo Picasso puesto al nivel de nuestros zapatos: Todo lo que puede ser imaginado es real. Eso pone, eso dice el pintor, y eso ha quedado escrito para siempre. Ahí está mientras el trasiego de los viajeros, los hombres de negocios y las familias ignoran una verdad como esta. Una frase así bien podría estar a la entrada o a la salida del tren. O encima del asiento en que uno hará su viaje. Es una forma sencilla, pero muy sincera, de sentirse dios por un momento.

Me preguntaba: Si todo lo que se puede imaginar es real, ¿dónde están nuestros límites? Pero claro, Picasso era un pintor, y su pintura está plagada de poesía escrita con colores sobre una tela o el barro. Todo lo que Picasso imaginaba lo convertía en arte. Pero el arte es una consideración rabiosamente humana que nos aleja de la costumbre de vivir que es, por cierto, como Caballero Bonald tiene tituladas una parte de sus memorias maravillosas. En la costumbre de vivir, y al paso lento que noviembre me obliga, quiero imaginar si podría ser real un segundo debate entre los candidatos a gobernar este país madrugador y poco funcional. Imaginar otro encuentro en el que el moderador fuera un parado de esos que llaman de larga duración. Imaginar un debate moderado por Rajoy pero con dos parados sin prestación como candidatos. Yo puedo imaginar tal cosa, pero sé que la vida no nos permite realidades tan provocadoras.

Imaginamos que vivimos en una democracia porque dos señores discuten y uno llama al otro mentiroso. Lo imaginamos, pero los dos se fueron a sus casas sin hablar de los casos de corrupción que ahogan a sus partidos. Eso es cosa de los periódicos, de los periodistas, ya se sabe, unos ‘hijosdeputa’. Como esos que han descubierto que el ministro de Fomento se reunió con un comisionista gallego en una gasolinera. El ministro puso el coche, el oscuro empresario qué puso. No se sabe. Se sabrá. Picasso no tenía razón. No todo lo que se puede imaginar es real. Esto de la gasolinera, ¿es real? Por ahí anda el ministro pidiendo el voto para los suyos mientras los ciudadanos caminan indolentes hasta el 20-N. Le llaman la costumbre de vivir. ¿A que lo pueden imaginar?