pan y circo

Saber ganar y saber perder

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El domingo a las 18.00 horas hay un palco lleno de enfervorecidos seguidores del tenista que acaba de proclamarse campeón de Wimbledon, Novak Djokovic. Es su familia, con la madre a la cabeza liderando una ola de mal gusto importante que comenzó meses atrás. cuando el actual número uno del mundo se impuso a Rafael Nadal en la final de Indian Wells, y todos lo celebraron cantando «Campeones, campeones», en un perfecto español.

En Wimbledon los palcos están separados apenas por dos metros, y cualquier gesto o grito que hagas lo va a escuchar la familia de tu rival. Toni Nadal, y a buenos entendedores pocas palabras bastan, comentó tras la final: «Djokovic es demasiado bueno y no le hace falta ir alardeando por la vida. Es mejor ir por la vida con cierta humildad y sin hacer demasiadas ostentaciones».

La tensión es evidente, aunque seguramente no pasa más allá del momento. La relación entre ambas tenistas parece desde fuera que sigue siendo muy correcta, aunque es complicado a día de hoy pensar que puede ser como lo era hace unos meses, a finales del año pasado, cuando realizaban partidos de exhibición juntos. La competencia desgasta una amistad, excepto si te llamas Rafael Nadal o Roger Federer, que la han llevado como dos auténticos señores.

Hoy en día, el número uno del mundo, que parece que lo será un rato, se da golpes en el pecho y mira de manera feroz al público cuando consigue un punto imposible, como si se tratara de un superhéroe. Las imitaciones afortunadamente ya las dejó, y casualmente desde entonces, centrado, es mejor tenista. En cualquier caso le sigue quedando un importante camino que recorrer, y es que aunque el tenis gana en nivel cuanto más competencia haya, las familias… familias son, y desde luego nos alegramos que la de Rafa Nadal sea ejemplo que todos deberían seguir.