vuelta de hoja

Un mar de dudas

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Nos cuentan y no acaban de mentirnos que el Gobierno ocultó durante más de siete años el nivel de contaminación de varias especies de pescado. Mucho tiempo, en mi opinión, para custodiar un secreto, por muy escamados que estuviéramos. El estudio del Instituto Español de Oceanografía ha revelado que lo que no mata engorda, pero aparte de eso detecta una concentración de mercurio muy superior a la permitida, con licencia de Neptuno, en los peces espada mosqueteros, en las tintoreras hipócritas y en los malévolos marrojos. ¿Por qué no pusieron letreros en las pescaderías? Los informes llamados «confidenciales» son los que se divulgan más tarde, temporalmente protegidos por el rótulo, pero la confidencia no existe, ya que abundan los confidentes.

Se confirma ahora que el Gobierno no sabe nunca lo que se pesca.

Ni los delfines amistosos, ni las medusas que son como el resumen de los resfriados de las nereidas, ni los chanquetes que pespuntean el vestido azul de mi orilla mediterránea, esa cloaca sagrada, son culpables. Ulises está maldiciendo a sus descendientes y ya nadie espera un milagro como el de los panes y los peces porque en esta época el pan está reñido y los peces envenenados. Nos estamos cargando el invento, además de no tener muy claro quién fue el autor. No hay que reírse de los peces de colores, ni de los otros.

Cada uno tiene mercurio para más de un termómetro. ¿Cuál será el nivel de cadmio que podemos tolerar? Primero habría que saber qué es el cadmio y cuáles son sus intenciones. Quizá lo estamos denigrando. El sector pesquero pide una rectificación a Sanidad por una «alarma innecesaria». Que nadie lo dude: quien puede debe seguir consumiendo crustáceos de cabeza gorda. Son el mejor de los antidepresivos inventados por la farmacopea contemporánea. Se puede calumniar a los políticos, pero no a las cigalas, ya que los primeros son más indigestos. Así que pelillos a la mar