Apepinados
Lo más claramoroso en todo este esperpento ha sido la ausencia de las instituciones europeas
Actualizado: GuardarMientras nuestros dirigentes nacionales se empeñan, con denuedo digno de mejor causa, en menoscabar nuestra solvencia como país, acusándose los unos a los otros de haber quebrado las comunidades autónomas que han gobernado en los últimos cuatro años, en el nivel superior, es decir, el europeo, se reproduce el ejercicio de autodescrédito a cuenta de la infección alemana y de la difamación ruinosa del pepino español.
La negativa de la ministra regional de Hamburgo a disculparse, después de haber devastado no se sabe por cuánto tiempo la credibilidad (y de paso la rentabilidad) de un sector productivo entero de otro Estado miembro, sin tener para ello el menor fundamento científico, pone de relieve la debilidad extrema de la UE como mecanismo aglutinador y cohesionador de nuestro maltrecho continente. Episodios así no hacen concebir grandes esperanzas de que Europa pueda competir con otras potencias en esta guerra sin cuartel que nos ha traído la globalización. Nadie se imagina, desde luego, a una instancia oficial de la autoritaria China osando erosionar, con trascendencia hacia el exterior, el prestigio de algún sector productivo de dentro de sus fronteras. Pero tampoco cabe imaginarse, pongamos por caso, a un gobernador de Oregón arremetiendo sin base alguna y a las primeras de cambio contra toda la producción lechera de Wisconsin. Es la diferencia que implica la conciencia de una verdadera unidad de intereses y la existencia de unas autoridades federales que funcionan y saldrían al paso de tamaña irresponsabilidad.
Frente a la solidez de nuestros competidores americanos o asiáticos, los europeos demostramos con incidentes como este estar apepinados en el más deplorable sentido de la palabra. En lugar de poner a punto instituciones eficaces y ser capaces de articular políticas inteligentes, demostramos una y otra vez una estrechez de miras y un planteamiento obtuso de las cuestiones que no puede sino conducir a una gradual pérdida de relevancia. Nosotros mismos proporcionamos a nuestros rivales los argumentos para que menoscaben nuestra reputación. Y poco importa quién empiece: al final el resultado es malo para todos. Los alemanes quisieron ponerse a salvo cargando contra nuestra huerta y han conseguido que se desconfíe de sus restaurantes, sus mercados y sus semillas. Para empezar.
Pero lo más clamoroso en todo este esperpento ha sido la ausencia de las instituciones europeas. Dónde estaba, por ejemplo, Durao Barroso. Dónde Hermann Van Rompuy. Por Lady Ashton, ni se pregunta: ya se sabe que anda por ahí, en alguna gestión que no tendrá más frutos que el posado fotográfico. Deberíamos ser honestos. Si la UE no es más que lo que pacten Merkel, Sarkozy y Cameron, podemos ahorrarnos el resto de la parafernalia. Que no nos sale precisamente barata.