EL LABERINTO

Otro cuento roto

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La Giralda de Sevilla tiene una hermana gemela en Marrakech. Se llama Kutubia, la mezquita de los libreros, el modelo almohade en el que se inspiró el airoso minarete sevillano. Cuando se construyó, allá por el siglo XII, enseguida se instalaron a su alrededor los mercaderes de manuscritos.

Y al cabo de los siglos se fueron sumando los escribientes, los sacamuelas, los bailarines, los contadores de cuentos, los encantadores de serpientes o los magos y brujas que se esforzaban por desentrañar el futuro, más o menos incierto, de los desocupados que pululaban desde y hacia el cercano zoco, o de los exhaustos mercaderes recién llegados a la Puerta del Desierto. Todo un mundo multicolor y mágico que se ha mantenido hasta nuestros días.

La Kutubia sigue siendo hoy el testigo del transcurrir diario de esa plaza tan inmensa, colorista y especial que es la Yemá el Fna, con su ritmo vibrante, exótico y cálido, que parece haberse detenido en el tiempo. Aún en nuestros días, las serpientes bailan en sus cestos al ritmo monótono de las flautas, mientras los viejos maestros reúnen a su alrededor a todos aquellos curiosos deseosos de escuchar viejas historias y los aguadores vocean su mercancía. Y cuando se acerca la noche, junto a los puestos de viandas diversas, en la Plaza inundada de humos y olores, se agolpan propios y extraños, tanto los asiduos como los recién llegados a la vieja Ciudad Roja, ansiosos por divertirse admirando a los acróbatas y a los comedores de fuego.

Hasta el jueves pasado, uno podía sentarse en la terraza del café Argana, junto a la entrada del Souk Jdid, y mientras saboreaba un té a la menta, admirar la fabulosa panorámica de esa plaza que, junto a su gente, se ha convertido en uno de los más genuinos representantes del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Hasta la semana pasada, uno podía desde la vieja terraza extasiarse frente al paisaje de un auténtico cuento de las mil y una noches transplantado, como por arte de magia, en nuestro vertiginoso siglo XXI. Pero el pasado jueves alguien volvió, una vez más, a romper un cuento. Y ya son demasiados los cuentos rotos y las mil y una historias de vidas truncadas.