opinión

Juego peligroso

Ya sabemos que hay más de cien imputados en las candidaturas que presentan PP, PSOE, CiU, CC e IU

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Adam Michnik, editor del periódico polaco ‘Gazeta Wyborcza’ y destacado opositor al comunismo, tiene dicho que lo peor de una ideología como ésta es lo que viene después. La frase ahorra comentarios y, si me apuran, hace que sobren algunos ensayos sobre una ideología que anula al hombre, su existencia y significado. Pero no es del comunismo del que quiero hablarles, aunque con comunistas chinos hace negocios el presidente de mi país. Y Obama, y Merkel y Sarkozy mientras no mienten al chino los derechos humanos que pisotea. Vuelvo a Michnik, su frase: «Lo peor del comunismo es lo que viene después», me ha llevado a preguntarme qué es lo que vendrá después de la política y de los políticos en España. ¿Qué viene? Hay quien me dice: dejen de atacarnos, no se excedan con nosotros porque no somos peores que los abogados, los médicos, los periodistas o los conductores de autobús. Con una diferencia, digo: solo los políticos consiguen un puesto de trabajo tras un proceso electoral. No somos lo mismo, no podemos serlo. Por eso cuando asistimos a este circo en que socialistas y populares se tiran a la cabeza los imputados que llevan en las listas, los políticos se asustan. Saben que tenemos razón, pero dicen: ten cuidado, tras nosotros llegarán los friquis de la política, los esquinados del sistema. Sí, puede ser verdad. Lo peor de nuestros políticos –convencionales y consentidores con la corrupción–, es lo que viene después. Cuando venga, y yo tengo dudas de que así sea, no disparen al mensajero, no culpen al que denunció, señaló, y se cansó de repetir que las cosas no pueden continuar así. No digan que nos movemos en terrenos resbaladizos, no se quejen porque generalicemos, porque hacemos que parezca que todos los políticos son iguales.

Quedan poco más de un mes para que nos llamen a votar y ya sabemos que hay más de cien imputados en las candidaturas que presentan PP, PSOE, CiU, CC e IU. A estas alturas muchos ya hemos decidido qué votar, o simplemente no hacerlo. Muchos no votarán y nadie tendrá derecho a llamarles holgazanes, desentendidos, indiferentes. Ocurre que se hartaron. Sucede que no están dispuestos a dar por normal lo que es una anormalidad: que haya que votar a tipos que tienen en su frente la sombra de la sospecha cuando no de la corrupción. Que no se extrañen si son percibidos como un problema; que no se lamenten porque cada vez vote menos gente. Los políticos decentes, que los hay; los serios y trabajadores, que ahí están, deberían ser los primeros en negarse a cohabitar en listas donde hay escritos nombres cuyo enunciado asusta y repugna. Si guardan silencio y comparten espacio en la papeleta no tienen derecho, ninguno, a enmendarnos la plana con eso de que somos injustos cuando generalizamos. Solo ellos pueden terminar con el problema. Hace falta un poco de valentía. O mucha sensatez. O, si pueden, cambiar de oficio.