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Bajamar

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Cádiz se convirtió, durante el pasado fin de semana, en el escenario de un magnífico espectáculo natural y en la protagonista de una primavera adelantada. La imagen, soleada y luminosa de nuestra ciudad ha ocupado, por breves instantes, el escaso apartado de noticias agradables de numerosos noticiarios televisivos. Un familiar que, por motivos de trabajo, se encontraba durante esos días en una lejana y pequeña ciudad rumana, cerca de la frontera húngara, tuvo la agradable sorpresa de toparse con una preciosa imagen de la gaditana Caleta, en plena y espectacular bajamar, transmitida a través de las noticias de la televisión magiar. Magnífica, y necesaria, publicidad para una ciudad que se convirtió, durante el sábado y el domingo, en una auténtica fiesta. El Carnaval de los Jartibles alcanzó niveles de animación que apenas se recordaban. Desde primeras horas de la mañana, la Caleta, el Campo del Sur, la Alameda, la playa de la Victoria y otros muchos lugares de nuestro litoral se convirtieron en un hervidero en el que cientos de personas se afanaban por mariscar en sitios insospechados, en redescubrir los antiguos Baños del Carmen, en avistar en las marismas las praderas de fanerógamas marinas, en buscar las huellas de milenarias civilizaciones, quizás recordando La Atlántida y los versos de Jacinto Verdaguer que adornan el patio de nuestra Facultad de Medicina, o simplemente, en disfrutar, paseando, de unas vistas y de un paisaje de película. Las terrazas, bares y restaurantes se encontraban abarrotados, y aunque las consumiciones no fueran tan espectaculares como el propio ambiente hiciera presagiar, seguro que las cajas mejorarían algo, que ya es importante. Y todo ello porque el sol brilló con fuerza, los vientos se tornaron benévolos y la luna se acercó más de lo habitual a la Tierra. En este caso, la Naturaleza nos ha ofrecido un pequeño regalo. Otras veces, sus caprichos, incontrolados e incontrolables, nos demuestran nuestra insignificancia ante sus fuerzas desatadas. Por estas mismas fechas, al otro extremo del mundo, todos los años se producía otro pequeño milagro, no por conocido menos mágico, el de los cerezos floreciendo. Este año, los cerezos en flor del Imperio del Sol Naciente son testigos de cómo las Atlántidas pueden dejar de pertenecer al terreno de lo mítico.