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Pepa Caro y el poder de la palabra

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A lo largo de sus últimos años, Pepa Caro Gamaza ha comprobado en sus propias carnes el escaso poder de transformación de la realidad que hoy guarda el poder político. Otras fuerzas, telúricas o virtuales, con la insolencia del oro, de la influencia o de la espada, nos gobiernan por encima de las urnas. Y una alcaldesa -como ha venido siendo ella- apenas puede administrar los restos del naufragio. Ahora que ya ha renunciado a presentarse a la reelección como regidora de Arcos, también ha decidido recobrar la mayor potencia que siempre tuvo, la de la palabra.

Y lo ha hecho a través de su libro más cálido, más sereno, más sugestivo y más maduro 'Las calles de la lluvia' (Calambur, Madrid, 2010) en su título y en sus páginas alienta la sabiduría de la memoria, bajo las ráfagas de un paisaje personal, el de su patria profunda, la intimidad de los suyos y de las emociones que, con el paso del tiempo, se rebelan como genuinas, sin aditivos, en carne viva. Pero también, en estos poemas, guarda otros recuerdos, los de la lectora que fue y que también sigue siendo, aquella joven licenciada en Historia pero a quien quizá le interesara más la métrica de Antonio Quilis que la historiografía economicista tan en boga por entonces. A pesar de hacerse presente en los círculos literarios de su juventud, como el grupo Calima que ella promovió junto a Pedro Sevilla y otros autores, tardó en publicar; lo que no deja de ser un buen síntoma de su capacidad de reflexión ya que a un poeta, a menudo, le retrata más lo que oculta que lo que exhibe. Entregas como 'Primeros poemas' (1997) o la sólida 'Con todo el invierno dentro' (2002) constituyen sin duda el germen de lo que nos brinda ahora 'Las calles de la lluvia', un delicadísimo viaje a la belleza en donde convive el neopopularismo del 27 con la estética de la generación de la palabra. Hija de sus bibliotecas y de sus experiencias, su lírica no sólo nos regala el retrato nítido de una escritora dispuesta a «desposar la utopía por siempre» y la intuición de una lúcida lectora de su tiempo. En su universo, convive el clasicismo con el costumbrismo, el dolor intuido de una vieja posguerra que tercamente nos sigue marcando, con la celebración de la vida, a través de sus seres más próximos. No hay más artificio, entre sus páginas, que el de la búsqueda de la hermosura; ese santo grial tan improbable en los huraños despachos oficiales. Bienvenida de nuevo a la casa común de la poesía.