Ir a 110 km/h
Oponerse a las prohibiciones puede rentar a corto plazo. Pero pronto habrá que gestionar la escasez
Actualizado: GuardarLa melancolía y la desventura que parecen haberse abatido sobre el Gobierno en estos compases aparentemente postreros del zapaterismo lleva a que cualquier decisión que tome el Consejo de Ministros sea inmediatamente descalificada como vana ocurrencia por un demoledor coro de detractores. En primera fila, como exige el guión, el partido que lidera la oposición y aspira a ocupar la Moncloa en la próxima renovación del contrato de alquiler. Pero algo más atrás, siempre dispuestos a recaudar la placentera aprobación que suscita entre el respetable el lanzazo a moro muerto (o quizá otras cosas más prosaicas que apuntan en el horizonte para cuando ya no estén los que están ahora), forman y claman batallones de expertos, que disponen de argumentos tan incontrastables como presuntamente irrebatibles para afirmar la inutilidad de las antipáticas medidas del Ejecutivo, empeñado, dicen, en jorobar sin necesidad.
La limitación de los 110 kilómetros por hora en autopista y autovía, que impide a muchos disfrutar como querrían de sus elevadas inversiones en caballos de vapor, tenía todas las papeletas para convertirse en motivo de nuevos actos de demolición de la credibilidad gubernamental. Según algunos de esos expertos, el ahorro derivado de la medida es irrisorio, ínfimo, despreciable: en cualquier caso, inferior a la pérdida de competitividad que se deriva de no poder ir pisándole al vehículo cuando uno se dirige a una importante reunión de trabajo. Para otros, que se basan en la potencia de unos coches que no se sabe muy bien a quiénes representan, la reducción de velocidad lleva incluso a gastar más combustible, aparte de dañar la mecánica de esas nobles máquinas diseñadas para circular en un país no sometido a las arbitrariedades que aquí padecemos, y donde puedan dar rienda suelta a la fiera que llevan bajo el capó.
Uno lee a unos y a otros, y aunque estudió física en su infancia, y le suena aún todo aquello del principio de conservación de la energía y demás, empieza a dudar. Hasta que de repente, pongamos por caso, va y hace de una tacada 1.000 kilómetros con arreglo a la nueva normativa, esto es, sin pasar de 110 más que los pocos kilómetros que calcula que tendrán de margen de error los radares. Y uno, que conduce un coche que tiene indicador de consumo medio, comprueba que el descenso respecto de anteriores viajes por carretera ronda el 10%. Y como Gadafi sigue avanzando hacia Bengasi, y la comunidad internacional reaccionando al ritmo de Aquiles (el derrotado por la tortuga), se le antoja que la limitación a 110 no es ninguna tontería.
Oponerse a las prohibiciones, defender una difusa libertad, puede rentar a corto plazo. Pero pronto habrá que gestionar la escasez. Ahí tocará cambiar el disco. Y de qué manera.