El atentado
Actualizado: GuardarTutankamón ha sido agredido. Ni los faraones, ni los egiptólogos pueden descansar en paz. Las turbas, que en opinión del Ejército de Mubarak, anteriormente sumiso, tienen legítimo derecho para considerar justas las protestas del pueblo, han defendido su inmemorial recuerdo. Han estropeado su Museo del Cairo, donde se custodian los grandes tesoros: máscaras doradas, joyas, ataúdes y otros utensilios ‘post morten’ del inmóvil difunto que se murió, como todos, antes de tiempo.
El destrozo precede a otros. La gente ya no aguanta al recalcitrante dictador, que hace mucho tiempo que también dejó de ser un contemporáneo. Los analistas políticos hablan del ‘efecto dominó’. Obama está tan preocupado como Malaquías. ¿Será esta subversión el inicio de la última y definitiva guerra mundial? Por ahora solo se han roto objetos sagrados, pero el objetivo es otro: cambiar el viejo orden del mundo, que no puede dividirse entre los que edifican pirámides mientras malviven y los que se hospedan en ellas cuando mueren. Según los historiadores con mayor vocación de detectives, las sucesivas generaciones que construyeron esos sólidos equiláteros olían que apestaban. Se inflaban de ajos, que es la liliácea más indiscreta, pero no podían reclamar derechos laborales ya que los inflaban a latigazos. Como las más esplendorosas catedrales, esos monumentos están edificados con el sufrimiento humano. Los esclavos fueron la argamasa del actual turismo.
Miedo nos da ahora que el Ejército abandone al terrible caudillo Mubarak y que las turbas abandonen a sus policromados dioses. La mecha está encendida y el mundo es un polvorín. La seguridad y la estabilidad de la región alarman a Israel. Por ahí se empieza. La resignación ha muerto y el petróleo ya supera los 100 dólares. Ánimo. Mucho ánimo.