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La voz de los árabes

Mubarak silencia el canal de noticias en el que confían los egipcios

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Desde las confusas calles de El Cairo, en plena noche, una reportera joven, con la melena suelta y vestida con una camisa blanca y unos vaqueros, coge un micrófono y empieza a hablar. Cuenta que la policía egipcia trata de impedir el acceso a la plaza Tahrir, centro de las protestas, pero que ha abandonado su labor de vigilancia en la mayoría de los barrios cairotas. Mientras habla, unos jóvenes conversan junto a un coche. Están organizado una patrulla callejera para mantener el orden en su distrito.

Un poco después, un señor bien trajeado, que se expresa con un perfecto acento inglés, conduce por las calles de Londres en busca de Gamal Mubarak, el hijo del dictador egipcio y principal candidato a sucederle. Se rumorea que ya ha huido del país, pero nadie sabe a ciencia cierta dónde está. El reportero se acerca a una casa coqueta, situada en un barrio residencial (muy caro y muy exclusivo) de la capital británica, y llama al telefonillo. Dicen que ese es el refugio de Gamal. Pero nadie contesta. En ese momento, aunque el espectador no lo ve, un coche se acerca, se detiene y acelera. El periodista dice que el conductor se parecía mucho a Gamal, aunque no lo puede confirmar.

De vuelta en El Cairo, un hombre entra en un supermercado cualquiera. Esta medio vacío y reina el caos. Coge el micrófono y explica que las mercancías escasean, que los camiones ya no reparten y que, encima, la gente ha empezado a hacer acopio de productos básicos por si la cosa se tuerce.

Al llegar la noche, y pese al toque de queda, una informe masa humana se congrega en la plaza Tahrir. Gritan consignas en árabe. Sólo se oye el murmullo y la respiración agitada del periodista, que está grabando las imágenes como puede, quizá con un teléfono móvil. Hay poca luz y apenas se distingue nada, pero el espectador siente que algo importante, quizá decisivo, está pasando o a punto de pasar.

A Hosni Mubarak, presidente egipcio, no le debieron gustar ninguna de estas cuatro historias, emitidas por Al Yasira. Tampoco le tuvieron que agradar las declaraciones del teólogo qatarí Yusef al Qardaui reclamando su urgente renuncia, ni la extensa cobertura de las manifestaciones. Así que, atribulado por la creciente presión popular y animado por su ministro de Información, Anas El Fekki, decidió tomar cartas en el asunto. Encarceló a seis periodistas de la cadena qatarí, les confiscó el equipo y les cortó la señal. Veinticuatro horas después, los reporteros salieron de la prisión cairota en la que estaban confinados, pero sus cámaras, micrófonos y teléfonos se quedaron en

comisaría. Desde entonces, Al Yasira burla como puede la presión estatal: se aprovecha de internet y va colgando en un blog el día a día de las protestas egipcias, con archivos de sonido, imágenes propias y fotografías de los ciudadanos. Mubarak aún maneja los hilos del poder, pero está batalla ya la ha perdido: los egipcios, como antes los tunecinos, confían en Al Yasira.

«La referencia árabe»

La cadena nació en 1996, fruto del impulso (y del dinero) del hombre que acababa de acceder al gobierno del emirato de Qatar, Hamad ben Khalifa Al Thani. Al principio, su idea era modernizar la televisión local y aprovechar las ventajas del satélite, pero luego se lió la manta a la cabeza: cogió 137 millones de dólares y montó un canal informativo que pudiera dar la réplica a la CNN. Pronto se benefició del desmantelamiento del servicio en árabe de la BBC, cuyas emisiones fueron canceladas para siempre tras publicar unas críticas a la intocable monarquía saudí. Más de cien periodistas de la corporación británica acabaron en la plantilla de Al Yasira, cuya progresión fue imparable. En sólo dos años, la cadena qatarí se había convertido en el medio de referencia para casi 500 millones de personas. Un éxito sin precedentes en el panorama audiovisual. «Pero es lógico. Nos pasaría a todos. Cuando unos medios está ofreciendo una imagen distorsionada de nosotros mismos, buscamos una alternativa», explica Pilar Aranda, secretaria ejecutiva de la Fundación Euroárabe.

De pronto, la población de Túnez, de Libia o de Kuwait se encontraba con una cadena que hacía buen periodismo, sin tópicos, con profesionales locales y

comprensible desde Marruecos hasta Jordania. «Su éxito se explica porque empezó a ofrecer un tratamiento de los asuntos muy diferente al que los ciudadanos estaban acostumbrados», indica Manuel Torres Soriano, catedrático de Ciencia Política de la universidad sevillana Pablo de Olavide. «Hasta entonces, en todos esos países, las cadenas de televisión emitían una información políticamente muy sesgada, que no trataba aquellos temas que molestaban a los regímenes en el poder. De repente, el satélite permitía a Al Yasira burlar las barreras locales y los periodistas hablaban de la corrupción de las dinastías gobernantes o lanzaban un discurso agresivo contra Israel o contra algunas potencias occidentales. Mucha gente comenzó a creer que Al Yasira era realmente independiente».

Las líneas rojas

¿Hasta qué punto lo es? La pregunta no resulta fácil de contestar. Aunque ha logrado financiarse casi al 40% gracias a la publicidad, sigue dependiendo económicamente del emirato de Qatar. Los cables revelados por Wikileaks sospechan que Al Yasira es, en realidad, la herramienta más valiosa de la diplomacia qatarí. «El emirato se presenta como un campeón de la libertad de prensa en todos los lugares..., pero no la tolera en casa», se malician los funcionarios de la embajada americana. La cadena lo niega con rotundidad y subraya su compromiso con «los osados principios editoriales», pese a las presiones que recibe. El profesor Torres Soriano es menos entusiasta: «AlYasira tiene los mismos límites que otras cadenas con patrocinio estatal. Es libre e independiente... hasta cierto punto. La clarísima línea roja es la crítica al régimen de Qatar». Y el trato de la televisión con Arabia Saudí, la potencia vecina y rival, parece demostrarlo: «Siempre fue muy crítica con la dinastía saudí, hasta el punto de que los monarcas de Riad decidieron impulsar otra cadena, Al Arabiya, para competir con ella».

Su posible vinculación con el islamismo político parece, en cambio, más cuestionable. La cadena da voz a los representantes del movimiento religioso, pero también ofrece sus micrófonos a quienes defienden un estado laico. «No creo que sea un mecanismo de transmisión islamista, aunque esa postura tenga su espacio», señala el profesor Torres. «Somos un canal panárabe para las masas; no hablamos para ningún estado, gobierno o grupo», protesta Jamil Azar, uno de los fundadores. Quizá por eso Egipto, como antes Marruecos, Jordania, Arabia o Argelia, intentaron callar a Al Yasira. Han conseguido lo contrario.