CUESTIÓN DE TIEMPO
La reaparición, si alguna vez se fue, de Pacheco recuerda que esta tierra sufre un segundo tipo de envejecimiento: el de la falta de relevo a sus representantes públicos
Actualizado: GuardarAestas alturas de 2011 ya hemos caído en que el año nuevo no existe. Que los muy cabrones han decidido prorrogar el anterior. Tampoco debemos asustarnos si además de pensión, sueldo, crédito u oferta de empleo, comprobamos que nos han congelado el tiempo. En esta tierra, periferia de la periferia, venta cerrada en el cruce de caminos de una pechá de culturas, continentes y mares, hace tiempo que acatamos lo de repetir cada día el mismo. Ahora lo hacemos por paquetes de años.
Como si fueran magos, el reloj y los almanaques nos distraen la mirada para que no veamos que el tiempo real, en lo colectivo, en lo de todos, está parado en esta esquina. Si uno aparta la vista de manecillas, campanas y alcayatas, encuentra los mismos debates, los mismos pesares y las mismas caras. Un invierno tras otro. Puede comprobarse cada poco, pero la última semana del año, tan dada al resumen, ha multiplicado esa sensación tras cada titular.
Otra vez somos menos
Como la lotería, el precio del kilo de cordero o 'Qué bello es vivir', el censo de habitantes de la capital gaditana se ha convertido en un clásico inevitable en estas 'entrañables' fechas. Pasa un año y otro pero podrían copiarse y pegarse las viejas reacciones políticas, cegadas por la miopía de la culpa, como si alguna administración de uno y otro color fuera ajena a la tendencia. Además, está por discutir que sea una desgracia.
Que seamos menos, sobre todo si son más en los restantes barrios de la ciudad-bahía, dista de ser una tragedia. Otra cosa son los servicios, las oportunidades, las ofertas que presta Cádiz y si están relacionadas con esa pérdida constante de vecinos. Más que las cifras, lo que duele es la sensación de que se van los jóvenes, de que nos quedamos sin retén de relevo, porque en esta ciudad sólo se puede estar o pasear, pero no trabajar, crear, abrir una empresa o negocio, comprar vivienda, alquilar local o piso, crecer y prosperar.
Ese estado de ánimo viejuno sí que atemoriza. Habrá que analizarlo y, también ahora como hace 15 años, plantearnos de una puñetera vez que como ciudad desconectada del entorno hay poco que hacer.
¿Se acuerdan de lo de la Mancomunidad? Sigue igual que el año pasado, y el otro y el otro. Es una palabreja lejana, incapaz de influir en la vida cotidiana de ciudades que solo tendrán esperanzas si ejercen de lo que son: siamesas.
Otra vez somos los mismos
La política, que solo es reflejo de todos nosotros por repelús que nos dé, ha ofrecido esta semana otra versión de ese envejecimiento, de esa congelación del tiempo que nos deja clavados aunque cambiemos el calendario de la cocina.
Pedro Pacheco dice que se vuelve a presentar a la Alcaldía de Jerez. Al margen de cualquier pronóstico político, cualquier ciudadano tiene derecho a la sensación, aunque sea menos técnica. Su presencia, su cara, es un exilio al pasado. Pero si se miran Cádiz, San Fernando (escándalo incluido), Puerto Real, Diputación o decenas de ejemplos más, se ven los mismos rostros (en primera o segunda fila) que a mitad de la última década del siglo pasado.
O no dejan paso, o nadie lo pide, o no hay relevo porque se ha largado. Lo más triste es que cualquiera de las tres opciones provoca desesperanza. Si los que deben dejar paso se aferran, resulta empobrecedor, mezquino. Si los que deben pedir paso se abstienen por falta de ganas o capacidad, es desolador, deprimente. Si los que deben renovar están lejos por falta de oportunidades, igual ha llegado el momento de que, serenamente, alguien pulse el botón rojo que está en la pared, tras el cristal.
Y como los políticos no vienen de Plutón sino que salen de entre nosotros, uno se vuelve a ver las caras de los que dirigen el movimiento asociativo, o vecinal, o el de los comerciantes y empresarios, o hasta el equipo de fútbol local, con sus cíclicos entrenadores, o las cofradías o los colegios profesionales. Y ve los mismos rostros, los mismos modos, las mismas ideas. Nadie dice que los veteranos sean prescindibles por definición, que tengan fecha de caducidad. En muchos casos, su experiencia es un patrimonio incalculable. Pero tampoco lo contrario es un axioma: un largo periodo en un cargo no garantiza eficiencia automática.
Ese empecinamiento, esa querencia que tienen a impedir el paso, o la ausencia de aspirantes a pedírselo, es otra forma que tiene esta vieja tierra de hacerse vieja. Quizás más peligrosa, porque ni el Instituto Nacional de Estadística te avisa. Es invisible a no ser que se fije uno en los carteles electorales, en las caras de los que presiden actos, juntas y reuniones. Parece que generaciones enteras no fueron a clase el día que se dio aquella lección fundamental titulada 'Cubrimos una etapa y nos volvemos'. En otros países la tienen bien aprendida. Aquí abajo, es una entelequia.
Así, cada diciembre que pasa, somos mucho más viejos si parecemos condenados a quedarnos a vivir en el año anterior. O en el anterior al anterior.