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Alarma y paz

Los controladores aéreos tendrán que asumir que a partir de ahora nada será igual

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El estado de alarma debe ser intrínsecamente provisional, pero vista la nula credibilidad de los controladores aéreos, parece lógico que se prorrogue durante todas las vacaciones de Navidad. La alarma de los controladores es la paz y la libertad de los viajeros.

Los controladores aéreos españoles -ese colectivo privilegiado, endogámico, el mejor pagado de Europa- se han constituido en casta con nula resistencia a la frustración. Acostumbrados a amenazar con bloquear el país cada vez que se les intentaba llevar la contraria, los controladores han constituido estratos geológicos de privilegios y se han entrenado sin pausa en todos los vicios de los niños malcriados.

En el puente de la Constitución cometieron el delito de levantarse al unísono de sus puestos de trabajo, mintieron al decir que estaban súbita y coordinadamente enfermos y no contaron con que, esta vez sí, el Gobierno les pusiera en su sitio y les obligara a trabajar sin ceder a su reiterado chantaje.

Ahora nos hacen el favor de decirnos que están dispuestos a trabajar. Lo cierto es que es su obligación: se les paga para que trabajen y tienen derecho a hacer huelga si no se consideran suficientemente pagados. Curiosamente no han hecho nunca huelga; amenazan con levantarse de sus puestos de trabajo y ante el pánico que han provocado en los sucesivos gobiernos -desde el de UCD, allá por finales de los setenta y muy primeros ochenta, hasta el primero de Zapatero- han logrado engordar sus privilegios y hacerse una imagen de seres intocables.

Como nadie se fía de ellos, es lógico que se mantenga el estado de alarma hasta que pasen las vacaciones de Navidad, para que todos los españoles que lo deseen puedan viajar en avión en Nochebuena, en Nochevieja y en Reyes.

Después del 15 de enero -cuando expira la prórroga del estado de alarma aprobado ayer por el Congreso de los Diputados- los controladores deberán haberse entrenado ya en que les digan no sin que echen las patas por alto y deberán asumir que a partir de ahora nada será igual: tendrán que aceptar que se amplíe la plantilla, dar facilidades en la formación en prácticas de los nuevos controladores y dejar de pensar en su propio ombligo y en su capacidad de intimidación para reconocer que su trabajo es un servicio público y su sueldo un extraordinario privilegio.

Los españoles y quienes nos visiten en estas fiestas podremos volar tranquilos en Navidad, no nos veremos sometidos al sabotaje padecido el pasado puente y comprobaremos cómo un colectivo privilegiado, endogámico y soberbio ha aprendido a sobrellevar las frustración de que le digan no. La situación de alarma debería decaer el 15 de enero, lo excepcional no puede ser rutinario.