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Carlos Edmundo en su caracola de Cádiz

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Carlos Edmundo de Ory solía decir que el vientre de su madre fue como una formidable caracola a través de la cual él ya escuchaba el sonido del mar como una banda sonora prenatal. A ese mismo mar de Cádiz volverá convertido en cenizas el desenterrador de vivos en cuanto sus restos sean incinerados en Francia. También aquí, si todo sigue el curso previsto, la memoria de sus hechos –poemas, recuerdos, collages y artificios-- descansará en la Fundación que llevará su nombre y que tomará cuerpo en el Centro Cultural Reina Sofía, en la capital gaditana.

Pero quizá le influyese definitivamente la obra y la peripecia de su padre, Eduardo de Ory, aquel poeta modernista y admirador por supuesto de Rubén Darío que no pudo encontrarse con su maestro enfermo cuando el barco donde viajaba fondeó en la Bahía gaditana: “Mi bandera es la del viento”, diría para siempre. El viento le hizo dejar Cádiz por Madrid para fletar el postismo y España por una humilde biblioteca de Amiéns o el caserón final de Thesy-Glimont donde ayer, de madrugada, enunció su último aerolito.

Pero volvía a Cádiz con frecuencia, desde aquel autoexilio suyo, a la ciudad donde pasaron su luna de miel Paca Aguirre y Félix Grande, autor de la célebre antología de Edhasa que difundió y rescató su poesía y su leyenda a mediados de los años 70. Ya antes habían hecho bandera suya los poetas gaditanos de Marejada, y muy especialmente Jesús Fernández Palacios, José Ramón Ripoll o Rafael de Cózar. El grupo “Marejada”, que constituyeron ellos a finales de los años 60 junto a Pili Barba, con periodistas como Fernando Samaniego, libreros como Pedro Rivera o cantautores como Serafín Martínez, ya le tributaron un homenaje gaditano en Chaminade, a 23 de mayo de 1973, todavía en plena dictadura, cuando el poeta acababa de cumplir 50 años. Se trataba de un recital cuyo título fue La Orygénesis y que tenía como propósito expreso “que Cádiz sepa que existe y tenga más conciencia de su valor”.

La ciudad donde naciera le hizo pregonero del carnaval en 1973 cuando, disfrazado de Mefistófeles, recitó un desconcertante “Padre Nuestro Cádiz”, identificó también con una placa la casa de la Alameda donde naciera. También le reconoció con el título de Hijo Predilecto, como hiciera a su vez la provincia a través de la Diputación. El la recorrió desde Jerez de la Frontera, en donde le recibía a menudo el cantautor Fernando Polavieja, hasta San Roque, cuyos cursos de verano dedicaron un emotivo homenaje al postismo, a mediados de los 80, cuando Ory demostró una noche en la algecireña discoteca “Tamarindo” como era capaz de bailar como un robot al ritmo del break dance.

Su influencia ha alcanzado desde el ámbito universitario donde ya Manuel Ramos indagaba sobre la obra de su padre, hasta escritores como Antonio Hernández quien en 1979 publicó “Metaory”, un homenaje rendido al poeta que había prologado la antología “Nueva Poesía Cádiz 1”, donde figuraban sus poemas junto con los de Ripoll, Fernández Palacios y Cózar. Si la poesía de Ory estaba llena de música, los músicos llenaron sus partituras con sus poemas: a finales de los 70, Serafín Martínez tenía preparado editar un disco que no publicó nunca, pero en 2008, Fernando Polavieja y Luis Eduardo Aute publicaron el libro-CD “El desenterrador de vivos”. Entre tanto, Juan Luis Pineda incorporaba sus versos a su primer disco “Olla de grillos” y otro tanto hará Fernando Lobo en su próxima grabación. Tampoco fue ajena a su presencia la poesía más joven, desde Alejandro Luque y José Manuel García Gil a Rosario Troncoso que intentó inútilmente, hace unos meses, llevarle a pasear por el Parque de Los Toruños.

Recorría Cádiz con sus amigos, con su viuda Laura Lacheroy, y quizá encontraba en las calles de esta o de otras ciudades, en sus conversaciones con Ana Rodríguez Tenorio y en sus reencuentros con su familia, un viejo rastro que lleva seguramente a la caracola materna, a esa patria profunda cuya bandera es el viento, donde ahora tal vez esté ya fabricando aerolitos que caerán quizá como bloques de hielo sobre La Viña durante el próximo invierno.