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Por una vez, la historia ha tenido un final feliz. si es que hemos visto ya el final, claro, que imagino que todavía le falta cuerda. Treinta y tres trabajadores han salido a la luz después de haber pasado un infierno a setecientos metros bajo tierra y haber acaparado la atención del mundo. A la emoción y la alegría, la prudencia. Porque ha sido un rescate largo, y paciente, y caro. Y aunque de momento todo son palmaditas en la espalda, y sonrisas, y parabienes, y hasta arrebatos patrióticos, mucho me temo que no, que aquí no se ha acabado, para ellos, la odisea.

Me queda la duda de cuántos de esos hombres devueltos por el milagro de la alta tecnología a la vida podrán reintegrarse en una vida normal, pese a lo que digan los médicos y los psicólogos. Cuántos no tendrán terrores nocturnos, y claustrofobias, y no sabrán adaptarse a una realidad que, más temprano que tarde, dejará de ser de color de rosa en cuanto ya no estén en el centro de atención de periodistas y cámaras.

Se escribirán libros sobre ellos, y quizá hasta alguno de los propios mineros lo redacte o lo firme. Los reclutarán los partidos políticos y harán campaña electoral a su costa, por un cargo. Anunciarán coches, o detergentes, o colonias. Se harán telefilmes, y hasta películas, pero serán actores guapos quienes revivan en un plató su dolorosa experiencia, y quién sabe si las mentes retorcidas que guionizan los realities no sustituirán las casas aisladas en la sierra por minas acondicionadas para poner a prueba los nervios de los concursantes.

Los medios se cobrarán en ellos su atención y sus dispendios, y convertirán a los héroes en marionetas. Lo ha contado el mismo cine muchas veces, cómo cuando el juguete pierde la utilidad para los focos ni siquiera se convierte en una molestia, sino que se abandona a un lado, a su suerte: el deportista olvidado, el soldado que sigue siendo nadie cuando ya no tiene detrás ni el arma ni la oportunidad de demostrar que puede ser útil al resto de unos compañeros, la actriz que no se resigna a las arrugas, el político que no se da cuenta de que ya no gobierna.

Estos treinta tres hombres son hombres normales, y redescubrir que lo son les llevará, más que el rescate, un tiempo. Cuando sean anónimos, de nuevo quién sabe si su destino no será volver a la mina.