EL LLANTO DE LA LECHERA
Teníamos en la cabeza el cántaro del Bicentenario. Pensábamos... me haré un hospital, una 'macroexposición', un hotel de cinco estrellas... vayan tachando de la lista proyectos
Actualizado: GuardarHabía dos únicas maneras de ver una botella. O medio llena o medio vacía. Y era esta simple manera de ver la botella lo que nos convertía en optimistas o en pesimistas, en palmeros o en detractores, en verdugos o en víctimas, en ilusos o en ilusionistas que formaban parte de un mismo espectáculo. Uno era bueno o era malo, listo o torpe, ángel o demonio en virtud de esa dicotomía que ordenaba el mundo, y que ponía puertas al campo, los de aquí y los de allí, los de arriba y los de abajo. En fin. Que cuando ya habíamos empezado a asumir lo de la botella y su contenido, nos venden la moto de la corrección política, del depende, de las tonalidades grises que se esconden entre el blanco y negro, del color del cristal, que traducido resulta que la botella ya no está ni medio llena ni medio vacía, sino siempre a punto de descorcharse para brindar por lo bien que va todo. Porque todos somos ganadores. Ya lo han visto en las primarias del PSOE en Madrid. Todos han ganado. Había, según Zapatero, un candidato bueno y una candidata buenísima. Pero ganó el bueno, dejando a la buenísima en un papel un tanto comprometido, que en seguida ha sido interpretado como una grata noticia para el Gobierno que, dicen, ha salido reforzado de este proceso. Optimismo le llaman a eso, aunque ilusos me parece el término más correcto.
Un optimismo que no sólo es contagioso, sino que se propaga con facilidad en el ambiente. Miren a Sebastián Terrada, que se presentó esta semana como candidato de IU a la Alcaldía de la ciudad, considerándose el «motor del cambio» y augurando resultados «históricos» -no dijo bueno o malos, sino históricos- para su partido en las próximas elecciones municipales. Vaya por Dios. Que no digo yo que con el río tan revuelto, todo sean ganancias para los pescadores, pero de ahí a «si en un momento tenemos que gestionar, lo haremos» hay un trecho demasiado largo y demasiado tortuoso. En fin. Terrada tuvo su minuto de gloria cuando fue el David que venció al Goliat Reverte, y eso, marca e imprime optimismo. El mismo que tiene Marta Meléndez -aunque por momentos parece más moral que el Alcoyano- cuando dice que no es «tan desconocida como la gente cree». Hombre, en su casa la conocen, y en su partido, y en su puesto de trabajo ¿no?. Y además cuenta con el apoyo de Zapatero que le dijo proféticamente en Sevilla: «Tienes trabajo pero puedes conseguirlo», a lo que ella contestó «eres el mejor presidente para España», como en un diálogo de telenovela. En fin. Que el próximo jueves presentará su programa electoral en el Aulario de la Bomba, y allí dará a conocer su proyecto y el eslogan que marcará la campaña y vivirá su momento, como es lógico, «con mucha ilusión y mucho orgullo». Será algo así como La Lechera, que iba con un cántaro en la cabeza «Aquel aire sencillo, aquel agrado, que va diciendo a todo el que lo advierte ¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!»
Porque es la fábula de Samaniego la que mejor representa el momento que estamos viviendo en esta ciudad. Teníamos en la cabeza el cántaro del Bicentenario y pensábamos por el camino, con este Bicentenario me haré un hospital, y una exposición supermagna con Pérez-Reverte, y como va a venir tantísima gente importante, me construiré un hotel de cinco estrellas, y un castillo para la libertad, y hasta un museo para el Carnaval, y seré conocida en el mundo mundial. «Con este pensamiento enajenada -dice la fábula- brinca de manera, que a su salto violento el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!». Sí. Pobre. Sin hospital, sin castillo, sin museo y sin hotel. Ya sólo nos queda el saco de las lamentaciones, que si el barrio de la Viña no levanta cabeza, que si no hay un proyecto serio de ciudad, que si los dos partidos políticos -verás como se entere Terrada- deberían dejarse de tonterías de una vez.. y el saco del reparto de culpas, que si la Junta, que si el Ayuntamiento, que si la crisis, que si el promotor.
Y mientras, ese frente de la ciudad que va desde el colegio Santa Teresa hasta el Club de Tenis -que se mantiene en pie haciéndole burlas a la ley de la gravedad- no para de enseñarnos los trozos rotos del cántaro. «Adiós leche, dinero, huevos, pollos, lechón, vaca y ternero. ¡Oh loca fantasía!», que decía Samaniego. El hotel de Valcárcel iba a ser uno de los emblemas urbanos de la ciudad en el Bicentenario, con zona de locales, de ocio, 'spa', piscinas, aparcamiento, biblioteca y hasta un auditorio. Y no nos queda más que lamentarnos. O levantar nuevamente un castillo en el aire, dándole otro uso al edificio, «que sirviera como geriátrico» dice Terrada, el candidato. No hay hotel de cinco estrellas. Vayan tachando de la lista de proyectos. Cada vez nos quedan menos. La botella medio vacía ya no tiene remedio.
A este paso sólo nos quedará la Gran Procesión Magna, que firmaron la semana pasada el presidente del Consorcio -que aporta veinticinco mil euros, para el chocolate del loro- y el del Consejo Local de Hermandades y Cofradías. Un lujo. Como el pregón de la patrona el pasado miércoles. No me digan que no. Miren la botella, que siempre puede estar medio llena. Y además, no sólo se trata de poner los pasos en la calle el Sábado Santo de 2012, sino que habrá actividades de carácter académico, intelectual, educativo y de divulgación de las hermandades y del Bicentenario, con exposiciones y todo -no hace falta ya Pérez-Reverte- y conciertos, y publicaciones. Total, otra vez el cántaro en la cabeza. Vámonos que nos vamos. Que ya lloraremos cuando se rompa otra vez.