NADANDO CON CHOCOS

VALCÁRCEL

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Que a Cádiz se le escape el proyecto hotelero de Valcárcel con la que está cayendo es de paredón político. Un suicidio social, un crimen de lesa economía. Equivale a gastar la última cantimplora de agua para darse una duchita en mitad del Sáhara social por el que camina la ciudad, muertita de sed. Entre todas las administraciones han logrado una gesta conjunta: parar los papeles durante siete años, con idas y venidas kafkianas de sellos y permisos entre Diputación, Junta y Ayuntamiento. ¿Quién dijo que los gaditanos no eran constantes? Su clase política es constantemente ineficaz. Tirios y troyanos.

Cuesta creer que alguien no haya salido a la calle en babuchas y haya roto de una pedrada una farola de la Alameda. Ni un grito. Pasa que las voces están roncas después de los capítulos I y II de 'aventuras y desventuras de un quiosco en primera línea de la playa', éxito notable de los creadores de 'Teo y su marcador' y 'Las calzonas del Cádiz son pa'echarlas'. Bien pensado... ¿Qué importan ocho millones de euros más o menos, con lo bonito que está todo con sus caliches y sus ventanas cayéndoseles los cristales? Que así está muy bien Cádiz, sin que venga ningún empresario de Zaragoza a llevárselo crudo. Que para listillos ya tuvimos a los fenicios y los comerciantes de la Carrera de Indias. Y los romanos, que nada más que dejaron el derecho, el alcantarillado, la educación, el vino y las cuatro piedras del teatro, que está que se caen, por cierto. Dijo Hemingway que con mil años de perspectiva, cualquier asunto económico carece de importancia, que lo que perdura es el arte. Y se equivocó: Cádiz es un ejemplo vivo (casi).