COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

LA CARRERA DE LA TORTUGA

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Una de las primeras cosas que aprendemos cuando echamos la vista atrás a ese pasado glorioso que dicen que tuvo la ciudad de Cádiz, y que ni usted ni yo conocimos, es el supuesto carácter indoblegable de los gaditanos que, nunca a través de los siglos conocieron el sometimiento. Ni siquiera con los romanos, que tuvieron que dar marcha atrás a su política dominadora y pactar un acuerdo de incorporación al imperio que ya lo hubieran querido los nacionalistas catalanes. Ni tampoco con los franceses, convirtiendo -parece- el asedio de las tropas enemigas en una especie de nirvana lúdico-festivo donde la libertad, la igualdad y la fraternidad eran las monedas de cambio. Total, que apelando a aquello de que aquí se puso el non plus ultra, la historia nos ha mirado con buenos ojos, y como somos como nos ven, andamos todavía viviendo de rentas como la de Javier Reverte, que la pasada semana decía de nosotros que «somos la esencia de Andalucía», la gracia, la risa, el desparpajo, lo popular. lo de siempre.

Por eso sorprende, cómo de aquellos polvos mágicos nos nacieron estos lodos. Estos, en los que abrazamos cualquier costumbre impuesta por muy extraña que nos sea, y desechamos las nuestras -las tradiciones de verdad- como quien no quiere la cosa. Por eso sorprende, que de aquellos siete de octubre en los que medio Cádiz era bienvenido al Corte de Inglés de Sevilla y el otro medio se rendía al embriagador aroma del nardo, hayamos llegado a esto. A pasear al fantasma casposo del cutrerío más provinciano en eso que llaman procesión cívica, que pasa sin pena ni gloria, y que no es más que una carrera contra el tiempo, en la que siempre gana la tortuga, no por nada, sino porque la liebre hace mucho que no participa.