EL MAESTRO LIENDRE

EL MIÉRCOLES: SAN PRINGAO

Muchos asalariados esperan la huelga como un trámite: ni quieren una reforma que les vende ni creen a los sindicatos que les convocan

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Cautivo, desarmado y menguante, el mal instruido ejército de asalariados españoles se enfrenta el miércoles al mismo dilema que los soldados de Kirk Douglas en 'Senderos de gloria'. Si van a la batalla perdida de la huelga, les fríen. Si se quedan mansos en la trinchera, serán fusilados.

El común de los españoles admite que su sistema laboral es un zurullo escaso de formación, patentes, productividad y especialización. Sólo somos líderes europeos en fabricar parados. En las recesiones y en los esplendores. Hace falta ajustar las reglas, pero es tan irritante como tópico que sólo esos que viven por cuenta ajena (feo nombre) sufran los efectos del borrón.

Lo ha redactado quien hizo bandera de lo social y será recordado por firmar el armisticio de lo colectivo ante la dictadura particular. Los elegidos por votación, arrodillados ante los intocables que nadie elige. Lo público vive del préstamo y ayunará porque lo ordenan los que los dan.

La solución que ofrece el nuevo sistema es más miedo, mucho, más paro, desconfianza a espuertas, despido fácil, sueldo cuestionado y derechos encañonados.

Si al menos prometiera empleo, podríamos dar el sacrificio por bueno, pero el mismo Gobierno que propone este 'remedio' contra el desempleo dijo el viernes que prevé un paro del 19,3% a finales de 2011. Si esa es la media nacional ¡qué niveles alcanzará esta provincia!

Los que hagan huelga, y los que no, ya saben que han ganado los que nos quieren contratar por minutos, y por la mitad, para poder despedirnos por la tercera parte. Es lo que han decidido los que creen que coger vacaciones, tener cierta cobertura económica tras quedarse fuera, poder irse en casa si estás enfermo, parar cada día a comer o dormir hay que revisarlo (del 'staff' hacia abajo, claro). Todos somos sospechosos de habernos aprovechado y, por tanto, hay que «darle una pensada».

Mientras se frotan las patitas, proclaman que la reforma es tibia. Que no se les vea sonreir. Los empresarios, ejecutivos, mandos intermedios y pelotas sedientos de heredar (en lo público y en lo privado) dicen que echarnos a menor precio es la única forma de animarse a contratar (por la mitad, claro, y para que ellos aspiren al doble).

Me he quedado con tu cara

Estos días, el clima laboral supera su habitual mediocridad. Reaparecen versos como «tú sabrás lo que haces», «es una pena que te echen la cruz» o «desde el miércoles sabré con quién puedo contar». Estribillos que ponen al cantor a la altura de los piquetes más zafios. Unos y otros usan la amenaza para colgarse una medalla en la batallita, la suya, en la que caeremos los demás. La mayoría de los convocados desconfía de los convocantes. Hace mucho que los sindicatos cambiaron riesgo y prestigio por distanciamiento y comodidad. Son décadas vendiendo su palabra al Estado. Otras siglas, en Europa, se alimentan sólo de las cuotas de sus afiliados y cuando llega un desacuerdo pueden gritar, libres del lastre que supone morder la mano que te patrocina.

Contagiadas de la empresa privada y el pésimo ejemplo institucional, las centrales degeneraron en 'resorts' burocráticos en los que, como en la zona noble de la oficina, todo se resume al teatrillo del estrés, la parodia de la reunión constante y el 'know how' del que nunca hizo, quiso ni supo. Del que se limita a clasificar a los demás sin ser capaz de superar la primera ronda de nada. Adoradores del 'ande yo caliente', sumidos en la carrera por cobrar más para hacer menos, tener móvil gratis o visa u otra comida de empresa. Todo por esquivar el palo y el agua.

Libres de los liberados

Esos sindicalistas, demasiados, han dado alimento a los que tratan de generalizar porque les gustaría que los sindicatos desaparecieran. La gran masa de reaccionarios que nos rodea, callada, en la vida diaria no quiere que el imprescindible, innegociable, contrapeso sindical sea más eficaz. No pretende que esas centrales oxidadas y artríticas se reconviertan en órganos de representación y negociación. No, lo que quieren es que desaparezcan (en algunos casos, físicamente).

Los que estamos atrapados enmedio sufrimos a los sindicatos que parecen desvivirse sólo por sus milicias. O por los pocos que aún trabajan en grandes factorías. Debe de ser que si no llevan mono azul, les cuesta identificar a los trabajadores.

Entre tanto ruido, se olvida a los afiliados rasos cuya nómina será ajusticiada en cuanto acabe su cuestionada protección legal. No son mártires, sólo serán despedidos un poco más tarde que sus compañeros, silentes o no, que se benefician de su desgaste. Esas bases son las primeras ofendidas por el justificado prejuicio del liberado.

La huelga será un fracaso. Horas de desplazamiento retrasado y compra fallida. Ruido periodístico. Luego todo seguirá su curso. Las nuevas normas se aplicarán y a otra cosa. El que la tenga. Quizás sea la mejor forma de tomárselo para aprovechar ese día. Como si fuera un festivo sin nada que celebrar. San Pringao. Quedarse en casa un día y evitar a esa plaga de listos, improductivos, escaqueados y teóricos de lo público y lo privado, de pelotas por omisión.