CANGREJERAS POWER
El calzado caletero por excelencia se convierte en tendencia global y, nosotros, sin enterarnos
Actualizado: GuardarUna vez le preguntaron a Robert Altman, uno de los grandes realizadores de las últimas décadas, por qué había dado tantos bandazos, por qué se había distanciado y reconciliado con tanta gente a lo largo de su brillante carrera cinematográfica. El director, serenísimo como un monarca sentado sobre la indiferencia de su vejez y su talento, contestó: «Yo siempre he trabajado igual. Siempre hice lo mismo. Son los demás los que se acercaban o alejaban sin ningún criterio».
Uno de esos osados que ejerce de moderno en esta ciudad-geriátrico, y lo hace con la inteligencia de la ironía, la generosidad de compartirlo y el humor de relativizarlo, cruzaba ufano la calle que lleva a Santo Domingo.
Chaqueta impecable, en corte y tejido. Camiseta atrevida que sólo unos pocos pueden llevar. Pantalón exacto. Pelo llamativo por rizado, encrespado, aparente descuido y milimétrico cuidado. Pero como remate, un milagro. Lo insólito. Lo inesperado. En los pies: ¡cangrejeras!
Las de plástico, las de siempre. La que vendían en la zapatería de la plaza de Candelaria junto a los zapatos Gorila y los tenis Tórtola. No puede ser. El atuendo caletero por excelencia, el calzado del Cádiz profundo de nuestra memoria, los pies infantiles de miles de lugareños, la huella omnipresente de 'Verano Azul'. Que están de moda. Que han vuelto. Que ahora son 'fashion', 'cool', un 'must' en cualquier vestidor. En fin, que molan, con todos los adjetivos raros que se quiera. Que hay que tenerlas y llevarlas. Que hasta Kate Moss, me dicen, baja a la playita de las mujeres, y de los hombres, en la que ella pare, con un par.
Le pregunté a mi divertidísimo amigo moderno cómo ha podido suceder. Qué fenómeno planetario ha llevado a la excelencia la más modesta de las chanclas, el complemento hasta ahora reservado para niños que exploran rocas con nombre y mayores que quieren mariscar. Cómo ha podido saltar de La Viña o Cortadura a las playas más glamourosas del Pacífico, al Báltico y al 'uptown' de las capitales más 'in' del planeta.
Me dice que tal atuendo nunca fue propio de Cádiz. Ahí se equivoca. Aunque las cangrejeras hayan sido vistas en playas de toda España durante años, su origen debe ser inequívocamente local. Por la sencilla razón de que aquí empieza y termina todo. Que no venga ningún derrotista a decir, ahora que son prestigiosas, que son internacionales. Cuando eran sinónimo de cutrez y bajunerío, cuando las llevábamos con nuestra digna vergüenza de porejitos, nos decían que eso era propio de Cádiz. Ahora que se las hemos impuesto al orbe como signo de distinción, son de todos. No, ome, no. En dialecto local: un mojón pa ti. Las cangrejeras son gaditanas.
Una vez recuperada la calma, mi amigo, reconvertido en versión gadita de 'shopper assistant', sentencia con un afán divulgador propio de Punset: «Son lo que más se lleva. Encima son baratísimas, seis euros el par. Me he comprado cinco más, incluso unas, las mejores, en color carne».
¡En color carne! esas que se confundían con los pies desnudos y dejaban sola la hebilla, como si fuera un tatuaje de metal sobre la parte externa del tobillo.
Cuando el mundo se iguala por abajo, en la modestia forzosa, esta tierra se convierte en vanguardia, pero no nos enteramos. Seguimos con nuestra incapacidad para aprovechar oportunidades comerciales. Podríamos haber creado la denominación de origen 'Cangrejeras by Cadice' y ahora... nos calzaríamos al planeta.
Toda la vida inventando para que otros se lleven las perras.
Qué sinvivir.