PINCHITO MORUNO

NAZARENO EN ARCOS

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La verdad es que yo creo que el mundo es diferente cuando se desayuna la manteca colorá de la Venta la Cartuja enfoscando una telera de un deo de gorda. Quizás fuera por eso por lo que disfruté como un chiquillo viendo la cofradía del Nazareno en Arcos.

Cada vez me gusta más lo auténtico, lo que notas a cada paso que la gente vive de verdad. Creo que nos colocamos en la calle Matrera, una inmensa cuesta que sólo se sube en condiciones después del desayuno que nos habíamos pegado.

En cada esquina olía a bollo de Arcos, una delicia dulce que elaboran por Cuaresma en esta población de la Sierra de Cádiz y que es perfecta para merendar, otra cosa auténtica. A las once de la mañana, y después de toda la madrugada recorriendo el pueblo, el Nazareno y todas las personas que lo acompañan, con rostros ya cansados, bajaban hacia su iglesia para recogerse. La mayoría, llevaban sus caras descubiertas, tan sólo protegidas con un gato que les cubre el pelo, como lo que llevan las monjas, parecido, no igual, para que les queda claro. Había rostros de todas las edades.

Me llamó la atención, hombres y mujeres. Lo mismo te encontrabas en el cortejo a una anciana de más de 80 años que un chiquillo de 2, que hacía el recorrido vestido con el hábito de la cofradía, carrito de niño incluido y papa o mama llevándolo, pero formando parte de la fila de penitentes. La mayoría no llevaban ni pies descalzos, ni sandalias para la ocasión, sino tenis, de los de hacer deporte, porque catorce horas andando por las cuestas de Arcos no es para hacer pijerías.

Ahora que tanto se habla de falta de participación en las entidades me llamó la atención la diversidad de las filas de penitentes. Multitud de chicos y chicas en edad adolescente, gente de muchas arrugas, de las que deja el campo, treintañeros y treintañeros e incluso familias enteras en procesión, con la abuela cogiendo de la mano al nieto, más orgullosa ella que mi madre cuando le sale bueno el bizcocho.

El Nazareno bajó la Cuesta y detrás, una especie de romanos que a golpe de un solo tambor, ejecutaban diversos pasos y figuras, cuesta abajo y cuesta arriba. Era como los armaos de la Macarena pero en versión Sierra de Cádiz. Siento no saber describirlo todo mejor. Sólo decirles que me encantó aquello y les recomiendo que el año que viene, el Viernes Santo, tempranito y desayunados, se den una vueltecita y lo vean, que es mucho mejor que como yo lo cuento.