Opinion

¿Por qué no?

Los inmigrantes serán la solución, después de todo. Cada ciudad, una pequeña Nueva York

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Bueno, antes que nada, una cosa que estaría bien no olvidar: todos procedemos de África. Seguro que lo sabían. No hay ser humano sobre el planeta Tierra cuyos ancestros no salieran de allí. O sea, que llevamos África en el ADN. Es bonito tenerlo en cuenta. Aunque sólo sea por una mera cuestión de justicia poética. El ser humano tuvo que abandonar su hábitat primigenio motivado fundamentalmente por dos razones. Se las pueden imaginar. La primera: la necesidad de alimentarse. No hace falta explicarlo. Si aquí empieza a escasear el alimento, cambiamos de sitio. La segunda tiene mucho que ver con la anterior, pero hay que añadirle algunos matices ligeramente espirituales, como la esperanza y la curiosidad. Podríamos definirla como la confianza de que un poco más allá estaremos mejor. Y nuestros hijos también. Un rasgo inequívocamente humano: creer en la posibilidad de prosperar. El ser humano nunca ha parado. De modo que, en rigor, puede decirse que todos somos inmigrantes. Hijos de inmigrantes. Y padres de inmigrantes. Tengo una definición para inmigrante: alguien que quiere mejorar. Suelen ser los más valientes.

Siempre se dice que no odiamos a los inmigrantes. Que no los tememos. Y es verdad. Porque a quienes tememos y en consecuencia odiamos es a los desfavorecidos. A los desheredados. A los que no tienen trabajo y viven en condiciones precarias y pasan hambre. Esto es muy viejo. Está tan visto que hasta casi da vergüenza tener que recordarlo. Si algo resulta detestable de las patrias es que se erizan a la menor. Que enseguida alzan el mentón y miran con arrogancia. Y lo más detestable de todo: ese jodido instante en el que un partido político (o mejor dicho: algún cráneo privilegiado de ese partido) descubre que el discurso de la xenofobia puede granjearle unos cuantos votos. A temblar. Qué no haría hoy en día un partido por un puñado de votos. Hay un poema de Kavafis, escrito hace aproximadamente un siglo, que se titula 'Esperando a los bárbaros'. Siempre lo recuerdo cuando pienso en esto. En ese poema se describe la agitación que se apodera de una noble ciudad ante la inquietante noticia de que ese día van a llegar los bárbaros. En realidad, los bárbaros son, sin más, 'los extranjeros'. El final es muy hermoso: cae la noche y los bárbaros no llegan y entonces los ciudadanos sienten una extraña nostalgia. Los dos últimos versos son geniales: «¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros? Quizá ellos fueran una solución después de todo». Europa y España necesitan y necesitarán a corto, medio y largo plazo más inmigrantes. Es así de sencillo. Ellos serán la solución, después de todo. Nuestras ciudades, mejor dicho, las ciudades serán más abiertas y más plurales cada día. Cada ciudad, una pequeña Nueva York, ¿por qué no? Demonios, no veo por qué no.