Opinion

Derecho a copiar

Éste es el tipo de cuestiones educativas que nos gusta debatir en el casino nacional

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Oh, los titulares de prensa golosos. Cuánto cuesta desprenderse de ellos aunque la realidad advierta de que son erróneos. Ha pasado estos días con la sorprendente noticia según la cual la Universidad de Sevilla reconoce el derecho de los alumnos a copiar en los exámenes. Dicho así, como se ha podido leer en varios periódicos, resulta todo un torpedo contra la línea de flotación de nuestro sistema educativo. Si a un estudiante universitario se le permite hacer trampa sin imponerle castigo alguno, ¿dónde quedan el valor del esfuerzo, la autoridad del profesor, la garantía de calidad de unos títulos obtenidos quién sabe si fraudulentamente?

Pero lo cierto es que copiar en las aulas del campus hispalense no va a ser tan sencillo. Lo que el consejo de gobierno de la Universidad sevillana aprobó en septiembre -y de lo que han tardado tres meses en enterarse los ahora escandalizados- son unas normas sobre evaluación, entre las que figuraba la previsión del procedimiento que han de emplear los profesores en caso de «incidencias en los exámenes». No una concesión demagógica a las presiones de un alumnado cada vez más poderoso y menos dispuesto al esfuerzo, sino una pauta para actuar ante las irregularidades. Es cierto que las normas aprobadas autorizan al alumno tramposo a terminar y entregar su ejercicio, pero en modo alguno dejan que se vaya de rositas, como maliciosamente se ha dado a entender. Sólo aplazan la sanción al momento en que una comisión de docencia se pronuncie, eximiendo de paso al profesor de la responsabilidad de actuar 'in situ'.

Poco importa que así sea: nuestros guardianes de la integridad y de las buenas formas han puesto el grito en el cielo. Han vuelto a sonar las trompetas del Apocalipsis que anuncian el derrumbe de la civilización. Un sonido espantoso, pero a la vez dotado de un especial magnetismo a juzgar por los coros de plañideras que se le van adhiriendo como impulsados por algún raro resorte. Éste es el tipo de cuestiones educativas que nos gusta debatir en el casino nacional: no las pedagógicas, sino las disciplinarias; no las de saber y de ciencia, sino las de enredo. Aquí todo el mundo tiene formada una opinión clara sobre la educación, siempre y cuando afecte a aquellos aspectos que menos tienen que ver con la educación.

En algo ha errado la Universidad de Sevilla, no obstante. Ha puesto reglas donde no era necesario hacerlo. Si nadie en sus cabales discute la potestad del profesor para expulsar del aula al estudiante que copia, carece de sentido buscar otras fórmulas más alambicadas y burocráticas. Una chuleta es una chuleta, aunque se la llame «objeto material involucrado en la incidencia» (sic), y el estudiante que la usa, un tahúr que sabe lo que le espera si le pillan 'in fraganti'. A veces el exceso de normas sólo sirve para crear malentendidos.