Carolina de Mónaco abandona el juzgado tras prestar testimonio. :: AP
Sociedad

Nobleza obliga

Carolina de Mónaco testifica a favor de su marido, acusado por agresión, pese a los arrumacos del príncipe con otra

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Es lo que tiene ser noble. Que uno casi no tiene ni derecho al pataleo después de ver en los quioscos al marido chapoteando con otra en aguas tailandesas. Carolina de Mónaco dejó ayer a un lado su honor mancillado por el desliz de su esposo, el príncipe Ernesto de Hannover, y acudió a un juzgado en la ciudad germana de Hidesheim para testificar a su favor. Está condenado por propinarle una paliza al propietario de un local nocturno de Mombasa.

«Para algo están los príncipes», debió de pensar él cuando en plenas vacaciones en Kenia, allá por el año 2000, se erigió en caballero andante defensor de los intereses del pueblo llano, que andaba molesto por el ruido de la sala de fiestas que regentaba el agredido. El resultado lo vio todo el mundo en la prensa: el hostelero, en la cama de un hospital, con la cara como un cromo. Pero el príncipe de Hannover no está dispuesto a aceptar su condena: 445.000 euros de multa. Ha recurrido, poniendo su suerte ante el juez en manos de su esposa como testigo que fue de los hechos. La misma que no disfrutó de las caricias de Ernesto en la famosa playa tailandesa.

¿Vendrá o no vendrá? Esa era la cuestión ayer entre los periodistas de la prensa rosa que aguardaban a las puertas del juzgado, que ponían en duda que la princesa aún tuviera ganas de defender a su marido. Pero Carolina sí le fue fiel. Enterró su orgullo y respaldó la honorabilidad del príncipe.

«¿Por dónde debo comenzar?», preguntó la princesa cuando el juez le invitó a describir los hechos ocurridos hace 10 años. Pese a dominar el alemán, Carolina prefirió el inglés para describir el momento crucial de su declaración, para evitar malentendidos. «¿En qué estado de ánimo se encontraba entonces su esposo?», quiso saber el juez. «Estaba furioso», respondió ella. «¿Cómo golpeó al dueño del local?», inquirió el magistrado. «Muy rápido y con las dos manos. Le dio dos bofetadas con la mano plana y le dijo: 'Una por la música y la otra por las luces'». Vamos, lo que otros de menos alcurnia llaman dos 'yoyas' en toda regla. «También le dijo un par de cosas que no se pueden repetir en un juzgado»; y mucho menos una princesa, se calló.

No está del todo claro si este relato le servirá de algo a Ernesto. Pegarle, le pegó. Lo que trata de demostrar, apoyado por Carolina, es que «sólo fueron dos bofetadas», como sostuvo la princesa, y no una paliza como denunció el agredido.

Lo cierto es que ayer, a las puertas del juzgado, a pocos les interesaba lo más mínimo la decisión judicial teniendo ante sus ojos un jugoso enredo matrimonial de esos que ofrece periódicamente la familia Grimaldi.

Ayer, el periódico alemán 'Bild' sacó del anonimato a la amiga de Hannover. «Se llama Myriam I., tiene 41 años, es marroquí y ha confesado a sus amigas que el príncipe es su 'boyfriend'», señaló el rotativo. La chica se dedica al negocio inmobiliario, pero tal y como está el ladrillo, es su vida la que cotiza ahora al alza.