:: TEXTO: CARLOS BENITO :: FOTOGRAFÍA: DIPTENDU DUTTA/AFP
Sociedad

El pistolero budista

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Si abriésemos el plano, veríamos que el niño de la foto forma parte de una impresionante muchedumbre, un océano de colores azafrán y marrón rojizo del que emerge un archipiélago de 40.000 o 50.000 cabezas rasuradas, que se inclinan en señal de respeto y devoción. Allá delante está el Dalai Lama, protagonista incansable de cinco días de oración y enseñanza en uno de los lugares más santos del budismo, el templo de Mahabodhi, en la ciudad india de Bodh Gaya. Cuenta la tradición que, hace más de dos mil años, el príncipe Siddharta Gautama tuvo allí la iluminación que le convertiría para siempre en Buda, el gran maestro, el hombre que aprendió a dominar el sufrimiento de existir.

Todos los años, el Dalai Lama viaja a este rincón de la India y se embarca en rezos y sermones por la paz mundial. La pistola de juguete del pequeño budista podría verse como un símbolo de la vana aspiración de domar al hombre para convertirlo en un ser manso y bondadoso, pero eso sería injusto con el niño... y con todos nosotros. Cualquiera que haya cometido alguna travesura en misa, empachado de liturgia y disciplina, podrá entender la liberación que supone desconectar de ese señor que lleva cuatro días hablando, volverse hacia atrás y, con una sonrisa, abrir fuego de broma contra algún compinche invisible desde aquí. Y, para colmo, este briboncillo ha hecho un servicio al mundo: ha logrado apartar la atención del budista estelar, Richard Gere, que también anda por allí -¡cómo no!- y que resulta mucho más previsible y aburrido.