:: TEXTO: FRANCISCO APAOLAZA :: FOTOGRAFÍA: DIEGO AZUBEL/EFE
Sociedad

'Play off' de los tigres de Harbin

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Harbin, China, 20 grados bajo cero. En la frontera norte de la frontera con ninguna parte una cámara capta el momento mágico: diez tigres siberianos juegan su particular NBA por sobrevivir en la escasez del invierno. Saltan entre las ramas para alcanzar con las puntas de sus garras una gallina salvaje que tuvo la poca vista de meterse en el territorio del tigre siberiano, el mayor felino del mundo. Diez tíos como diez castillos. Como Gasol y compañía, en animal salvaje: 280 kilos de peso y afilados colmillos de siete centímetros.

En una batalla brutal pero silenciosa, amortiguada por un colchón de nieve, se escuchan solamente el piar desesperado de la presa y la respiración casi sexual de los gigantes. Al final de la secuencia captada por Diego Azubel, las fieras ('Panthera tigris altaica') atrapan y despedazan al pájaro, uno de sus platos preferidos en la raquítica carta que se sirve en Siberia y que completan roedores, venados, alces, ranas...

No se lo crean. Con toda su exuberante fuerza natural, la fotografía es un 'fake' ecológico. Estos tigres siberianos cazarían en solitario si no fuera porque están recluidos en el Parque de Harbin para que no desaparezcan. La caza furtiva, el valor de sus genitales (supuestamente afrodisíacos) y el polvo de sus huesos (utilizado en la medicina tradicional) han reducido su población a 400 adultos entre Rusia y China. Han tenido que colgar el cartel de especie en peligro de extinción. Con suerte, los turistas les arrojan algún pollo que han comprado en el zoo con el que matan el hambre y juegan el 'play-off' de su futuro en la Tierra antes de extinguirse.