
No, we can't
Obama metió la pata al recordar en una rueda de prensa de la Casa Blanca que Zapatero no habla inglés, un idioma que sigue estrellándose en el sistema educativo español
Actualizado: GuardarLa Casa Blanca, Washington. Martes, 13 de octubre de 2009. El presidente de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama, recibe en su palacete al presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero. Al acabar su reunión, ambos comparecen ante los medios informativos. Los dos hacen gala de mucha camaradería, como amigos lejanos que por fin han podido abrazarse. En un atril, Obama. En el otro, Zapatero. En una esquina, la traductora. Con su chispeante oratoria, el líder del mundo empieza a hablar. Lo hace a toda velocidad, engarzando frase tras frase como quien enciende un pitillo con la llama del anterior. De repente, Obama se detiene. Mira de reojo a la asustada traductora. Entonces, coge del brazo a su invitado, pone cara de pillo y se disculpa: «Perdón, olvidé que no todos hablamos inglés aquí». Obama ríe. Zapatero ríe. Todos ríen. Y, sin embargo, el presidente español tiene que sentir en ese momento cómo un afilado y amargo puñal se clava suavemente en su espalda. Quizá sin pretenderlo, su amigo Barack le ha recordado en público la cruz que le persigue desde que llegó al Palacio de La Moncloa: Zapatero no sabe inglés.
Aquella escena americana, aunque cerrada entre aplausos y carcajadas, se unió al álbum de fotos que jamás enseñará a sus nietos el jefe del Gobierno español: esas imágenes que, en toda cumbre europea o mundial, le muestran solitario o conversando con los suyos, mientras los demás líderes cruzan -invariablemente en inglés- saludos, bromas y cuchicheos. En su descargo, Zapatero podrá alegar que sus antecesores tampoco eran precisamente Shakespeare: Suárez (1976-1981), González (1982-1996) y Aznar (1996-2004) apenas sabían conjugar el verbo 'to be' cuando ejercieron el cargo, y sólo Leopoldo Calvo-Sotelo (1981-1982) manejaba con soltura el genitivo sajón.
La situación no tiene visos de mejorar, al menos a corto plazo: Rajoy, presumible candidato del PP en las próximas elecciones generales, reconoció en el programa de TVE 'Tengo una pregunta para usted' que tampoco sabe inglés. Todos ellos se confiesan víctimas de un sistema educativo que, hasta hace pocos años, descuidaba la enseñanza de idiomas extranjeros y que, en todo caso, primaba el francés. Sólo Aznar se decidió a convertirse de nuevo en estudiante para remediar esa carencia, pero lo hizo cuando abandonó La Moncloa y tentado por las posibilidades laborales que le ofrecían empresas anglosajonas.
Ahora que España asume la presidencia europea y adquiere un papel más vistoso en el concierto internacional, cabe preguntarse hasta qué punto es necesario que el jefe del Ejecutivo español sepa inglés. El ex presidente Aznar reconoce que no dominar esa lengua es «una limitación», sobre todo «en las reuniones informales» que se establecen al margen de la agenda oficial, las famosas conversaciones de pasillo. Con todo, el hoy presidente de la FAES también puntualiza que en los temas serios, salvo que la competencia lingüística de los negociadores sea muy alta, debe utilizarse siempre «un buen traductor». Más tajante se muestra Antonio Marquina, catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense: «Fuera del inglés no hay salvación. Es imprescindible -remacha-. Al menos el presidente del Gobierno y los ministros de Exteriores y de Defensa deberían dominar el inglés». Con mejor o peor acento, Miguel Ángel Moratinos y Carme Chacón cumplen el requisito, pero no José Luis Rodríguez Zapatero. Y eso puede suponer un lastre decisivo, según Marquina: «Muchos asuntos se resuelven o se desatascan cuando uno se encuentra con otra persona o cuando hablan los dirigentes por teléfono. Si uno se ve obligado a hacerlo con un intermediario, siempre es un engorro. Falta espontaneidad».
Currículos inflados
El caso del presidente resulta muy sonoro por su continua exposición pública, pero no es en absoluto raro: de hecho, hay pocos políticos españoles que puedan mantener una discusión en inglés con un mínimo de fluidez. Las excepciones, a veces brillantes (como el socialista Javier Solana o la popular Esperanza Aguirre), no ocultan un panorama triste, aunque casi todos nuestros dirigentes se esfuercen en señalar que poseen al menos «unas nociones» de la lengua más universal. Esta tendencia a decorar los currículos inflando las propias capacidades lingüísticas parece ser una costumbre nacional. En 2007, la consultora Michael Page International realizó un sondeo en España entre más de 100.000 aspirantes a puestos ejecutivos: el 81% afirmaba hablar inglés, pero a la hora de la verdad sólo el 24% lo dominaba realmente.
La amarga dificultad de los españoles con los idiomas apenas admite discusión: se comprueba en cualquier viaje al extranjero, se palpa en las aulas de Secundaria y encima las estadísticas ratifican estas impresiones. Según datos del CIS, el inglés es un arcano impenetrable para los españoles mayores de 55 años: sólo el 5% asegura que puede manejarlo. Es cierto que este porcentaje crece mucho entre los más jóvenes -hasta el 50%-, aunque su nivel no permite sacar pecho. Un estudio de los sociólogos Francisco Alvira Martín y José García López, publicado por FUNCAS (fundación de las cajas de ahorros), revela que seis de cada diez alumnos critican la enseñanza de idiomas en colegios e institutos.
Muchas horas, poco resultado
No es un problema de cantidad: los pedagogos subrayan que las horas escolares dedicadas al inglés tanto en Primaria como en Secundaria deberían garantizar un dominio casi perfecto de esa lengua. Sin embargo, ni siquiera la habitual tendencia patria a quedar bien ante el encuestador de turno logra embellecer los resultados: el 84% de los españoles se confiesa incapaz de hablar inglés con soltura. «Los jóvenes salen de los años de estudios oficiales sin alcanzar el nivel exigido por el mercado laboral», concluyen Alvira y García, que apuntan algunas razones de este fracaso: «Insuficiente constancia personal, ausencia de los métodos apropiados de enseñanza, escasez de recursos materiales y profesorado pedagógica y lingüísticamente poco preparado». Para remediar estas carencias, los alumnos con dinero acuden a las academias privadas o pasan los veranos en el extranjero.
Desde el British Council, institución pública británica que promueve la expansión de la cultura inglesa, se advierte de la necesidad de un cambio metodológico: «Lo fundamental es que el contacto con la lengua sea lo más funcional posible, es decir, que aprenderla nos sirva para comunicarnos en un contexto real», advierte Rod Prye, su director en España. Algo que no se cumplía «hasta hace bien poco», cuando los profesores sólo utilizaban «un libro de texto basado en la gramática». Tanto esta institución como la Universidad de Cambridge, a cuyos exámenes se presentan cada año miles de estudiantes españoles, se esfuerzan por hallar brotes verdes en el erial lingüístico: el porcentaje de aprobados en el First Certificate (70%), el Advance (62,4%) y el Proficency (61,8%) crece año tras año, hasta alcanzar niveles parecidos a los que se dan en Francia o Italia. Prye también resalta la mejoría, aunque el panorama diste todavía mucho del bilingüismo perfecto de los escandinavos.
Al menos, el problema está planteado. Los españoles reconocen que aprender inglés resulta fundamental en el siglo XXI y las estadísticas certifican que algo ha fallado hasta ahora. Las comunidades autónomas se han propuesto dar una primera solución, al adelantar la enseñanza del inglés a los tres años y promover centros bilingües, pero falta todavía un cambio metodológico general y una mayor competencia del profesorado para que los jóvenes españoles puedan acabar la escuela diciendo (sin mentir) que dominan otro idioma. Quizá así dentro de unos años podamos tener un presidente del Gobierno que, cuando vaya a la cumbres internacionales, no se quede solo en un rincón mientras sus colegas se saludan, bromean o intercambian confidencias... siempre en inglés.