Crisis y consumo
Actualizado: GuardarEn qué país vivimos. Mientras el discurso público habla obsesivamente de crisis, y los indicadores no hacen sino refrendarlo, cuando esta provincia registra el número de parados más alto de su historia, y eso sin contar los apuntados a cursos, el gasto navideño ha sido igual o superior al de los años de bonanza pre-pinchazo de la dichosa burbuja inmobiliaria. No es un dato elaborado, sino una percepción contrastada en un muestreo tan amplio como arbitrario, lo reconozco, pero el espectáculo de las masas de compradores de estos días atrás me parece que necesita un análisis.
No podemos negar la crisis, desde luego, pero sí ratificar que hay un alto porcentaje de población, la que tiene un sueldo fijo y, en especial, del Estado, que ha mejorado su poder adquisitivo, porque han bajado precios, hipotecas... Pero también han comprado sin tino o sin prudencia todos los demás. Será porque tenían algo guardado en el colchón, que parece que nuestras tasas de ahorro son altas, o será porque tenemos tanta experiencia en crisis que no nos asusta una más. Será, aventuro, que el 'carpe diem' se ha instalado entre nosotros en forma de tarjeta de crédito, que las penas con pan son menos. Con pan, jamón, gambas y lo que se tercie, que la cesta de la compra navideña tampoco ha sido menos sustanciosa. En un gran centro comercial gaditano, el martes, me decía una empleada que estaban vendiendo más que nunca. «Pusimos una pila de televisores en el pasillo esta mañana y pensamos que costaría salir de ellos. Pero no queda ni uno», comentaba. Serían de oferta, pero no eran baratos. En otros había que llegar temprano para aparcar y muchos se marchaban sin lograrlo. Las colas en las cajas permitían trabar amistades duraderas con los vecinos de espera....
Hemos consumido, pues, hemos hecho patriotismo, como le gusta a Zapatero. Las empresas podrán darse un respiro. Sin embargo, la ola no ha llegado igual para todos. Los mayores beneficiados de esta alegría de la cartera han sido las grandes superficies, mientras que el pequeño comercio, el tradicional, el que más lo necesitaba, apenas se resarce de una temporada para olvidar. Les ha perjudicado el mal tiempo. Es de libro que la lluvia y el frío llenan los centros comerciales, que han duplicado la cifra de público. También pierden al comparar las ofertas y facilidades de pago que pueden permitirse las poderosas firmas. Luchar contra esto es difícil, pero necesario. Por el empleo que generan, por el tejido social que suponen, por la dinamización de las calles, la singularidad frente a la homogeneidad de las marcas y franquicias, que convierte en iguales a todas las ciudades, el comercio autóctono debe ser una especie a proteger. Pero no basta con una pista de hielo, por ejemplo: son necesarios accesos fáciles y cómodos, buenos transportes y aparcamientos, calles limpias e iluminadas, que vuelvan a atraer al público y rompan el peligroso hábito de acudir a las grandes superficies.
Entre tanto, mañana es lunes y toca sumar el descalabro de los tarjetazos de estos días. Espera la cuesta de enero, la de febrero y alguna más, que es el peligro de fraccionar el pago. Aunque aquí entre Pestiñada, Ostionada y Erizada ya hemos pasado página y los Reyes nos quedan muy, muy lejos.