La devaluación de los valores
Actualizado: GuardarEn la nueva etapa que iniciamos en el año que acaba de nacer me propongo afrontar el difícil reto de abordar con un lenguaje actual esos asuntos que, a pesar de ser determinantes de nuestro bienestar, se han devaluado debido al mal uso que hacemos de sus nombres. Me refiero a esos valores que, de manera genérica, constituyen el contenido de los discursos de los políticos, de las conferencias de los profesores, de los sermones de los sacerdotes y de los comentarios de los periodistas, pero que, en la mayoría de los casos, no suelen explicarlos con claridad o lo hacen de una manera incompleta o excesivamente académica, solemne o superficial.
Estoy convencido de que, por ejemplo, una de las razones del menosprecio actual de las virtudes reside en el tono altisonante y en las connotaciones espiritualistas cuya consecuencia ha sido el desgaste de un lenguaje tópico y pasado de moda. Pero, si penetramos en esos nombres que nos suenan a música celestial, descubriremos cómo encierran unos contenidos que hoy mantienen plena vigencia porque tienen que ver con nuestro bienestar, con la salud de nuestros cuerpos y con el equilibrio de nuestros espíritus. Sus significados se refieren a esos aspectos de nuestras vidas que hacen que nos sintamos bien con nosotros mismos y con los seres con los que convivimos: son esas sustancias que nos hacen crecer como personas y que no sólo nos proporcionan paz, alegría y satisfacción, sino que, además, facilitan la convivencia y la colaboración.
Como habrán advertido, me refiero a la Ética, a esa disciplina que Aristóteles explica diciendo que es la ciencia que nos enseña a ser buenas personas y que tiene como meta la felicidad. Con excesiva frecuencia nos han inculcado la idea de que, para ser buenos, era necesario que nos negáramos a disfrutar, a divertirnos y a pasarlo bien. Recibíamos la impresión de que la bondad era aburrida, triste y cansada. La moral era un conjunto de reglas que prohibían pensar, imaginar, sentir y actuar con libertad y con alegría. Sin embargo, los autores clásicos han repetido que ésta es la fórmula para pasarlo bien, para estar contentos, y nos explican que ser virtuoso es vivir de una manera razonable y placentera. Es claro que, de vez en cuando, necesitamos sacar los pies del plato, tirar la casa por la ventana, perder los estribos, liarnos la manta a la cabeza, irnos de picos pardos e, incluso, echar una cana al aire, pero a condición de que no perdamos definitivamente las llaves, las riendas o los frenos ni que nos demos un golpe mortal.