EDITORIALES

Copresidencia española

El Gobierno debe asumir con realismo su semestre al frente de una UE reestructurada

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La coincidencia de la presidencia semestral europea, que corresponde a España por cuarta vez desde este 1 de enero, con la entrada en vigor del Tratado de Lisboa y las tensiones económico-financieras derivadas de una crisis de profundidad y duración dispares entre los miembros de la Unión sitúan al Gobierno de Rodríguez Zapatero ante un escenario poco propicio para brillar en el liderazgo de los Veintisiete. La obligada cohabitación con el nuevo presidente estable del Consejo, Herman Van Rompuy, y con la dirección de la política exterior en manos de la nueva Alta Representante de la UE, la británica Catherine Ashton, exigirá a la presidencia española una actitud pragmática y realista. Rodríguez Zapatero podría intentar contrarrestar la difuminación de los liderazgos por turno con la sucesión de cumbres en España, a fin de rentabilizar como anfitrión este semestre; no obstante, las limitaciones al frente de los consejos de ministros especializados en asuntos económicos y sociales -mientras el presidente permanente encabezará el Consejo Europeo- restringirán considerablemente la búsqueda de un protagonismo distintivo. Pero la reestructuración institucional de la UE y los nuevos equilibrios no obstan para que el Gobierno español deba afrontar el reto de estimular una estrategia coordinada de los Veintisiete para enfilar definitivamente la salida de la crisis y la senda de la recuperación. Un reto, el de guiar una ambiciosa agenda económica, en el que nuestro país parte con el lastre de ser identificado como 'enfermo de Europa' por el hondo impacto de las dificultades económicas, el elevado desempleo y el acelerado incremento del déficit público. El precedente de la sólida presidencia sueca ha demostrado que, con organización y rigor, es posible despuntar; no a costa de agitar la retórica europeísta y la relevancia mediática, sino, en este caso, aprovechando la experiencia y capacidad técnica y diplomática que atesora España. Por complejo que sea el contexto, nuestro país ha de esforzarse en renovar su impronta comunitaria. Y en apuntalar, en el estreno del Tratado de Lisboa, la cooperación con los nuevos cargos institucionales compartidos, de modo que mejore el funcionamiento de la UE, proyecte más eficazmente sus intereses globales y aliente la recuperación económica.