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El año de los MP

Sevilla Actualizado: Guardar
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Manuel Pablo y Miguel Pablo Rosado son igual de menudos, igual de intranquilos e igual de vehementes. En febrero del pasado año, cuando recibieron el Premio ARCO para jóvenes artistas, la prensa bromeaba en la cafetería de Ifema sobre la singular experiencia que supone entrevistarlos. Es como enfrentarse a un juego de espejos, un diálogo a tres voces en el que sus personalidades se distinguen o se confunden por momentos. Comparten mucho más que el mismo físico frágil, los mismos gestos nerviosos, las mismas muecas de disgusto o de aprobación. En realidad, comparten el mismo mundo interior, se hacen las mismas preguntas y se obsesionan con los mismos desvelos. O sea, que son el mismo artista dividido o duplicado, según se mire. Son como esos círculos matemáticos que acaban tocándose primero, superponiéndose después, y terminan creando, aún sin pretenderlo, un espacio común en el que se desarrollan las operaciones.

Quizá, fuera de los MP&MP Rosado queden restos de individualidad, pero sólo sirven para cuestiones puramente personales. En todo lo que tenga que ver con la creación artística, los gemelos de San Fernando son tan gemelos, tan absolutamente indivisibles, tan adicionales y tan complementarios, que asustan. Por ejemplo: uno es zurdo y el otro diestro.

Han tenido un buen año. Lo reconocen con la boca pequeña, porque también comparten el don de la humildad y la virtud de la modestia. No es que no estén satisfechos, es que cada logro que suman a su relación de reconocimientos lo entienden como «un motivo más para seguir trabajando». Quizá padecen el ‘Síndrome del Éxito Temprano’, ése que obliga a los nuevos talentos a estar a la altura de tanto halago inicial, que contiene la euforia y corta de raíz cualquier indicio de autocomplacencia. Saben que algunos francotiradores del gremio cultivan su rabia y afilan el aguijón justo detrás de la esquina. Basta un paso en falso para que alguien, en cualquier estrado, cuestione su valía y los acuse de haberse encumbrado. Tampoco les importa. Ellos guardan pronto los laureles y convierten cada premio en un estímulo. Por ahora, les funciona.

De ayer a hoy

Ya no son artistas emergentes. Toca tachar la etiqueta. Volvieron a dar la campanada con ‘Spleen’, en la galería de Pepe Cobo. Después ganaron una beca Botín, se llevaron hasta Milán (Federico Luger) su ‘De Profundis’, ilustraron para el Círculo de Lectores ‘El Retrato de Dorian Gray’ (sumándose a una impresionante lista de primeras firmas nacionales), regresaron al Museo de Cádiz con ‘Como quien mueve las brasas...’, conquistaron la madrileña Sala Matadero con ‘Cortinas del pasado abiertas al futuro’ e hicieron dos nuevas incursiones en el extranjero (Lyon y Budapest). Ni apuestas, ni promesas: los dos últimos años los han convertido en una sólida realidad.

El afán creativo lo comparten desde pequeños. «Ganábamos todos los concursos de dibujo en el colegio, y ya por entonces nos metíamos el uno en el trabajo del otro», explican. «En Atenas, además, compartimos estudio por primera vez. Éramos poco más que adolescentes, y así, codo con codo, nos resultaba imposible abstraernos de las creaciones del otro, así que decidimos dejar de resistirnos a la tentación de funcionar ideas, conceptos y técnicas. Nos contagiamos, abiertamente, y ése fue nuestro acierto».

Viajes y tránsitos

Después de esa experiencia inicial, «una obra llevó a la otra, un trabajo llevó al siguiente, perfeccionamos el método y nos pusimos a la tarea de sacar el máximo provecho de nuestra interacción».

Aunque comparten estudio en Sevilla («un centro de operaciones desde el que movernos»), apenas paran quietos. «No basta con que ejerzamos una influencia continua y recíproca el uno sobre el otro. Hay que enriquecerse con otras experiencias, con otras visiones y perspectivas. De ahí que hayamos pasado, por ejemplo, seis meses en Nueva York; y que estemos constantemente sumergiéndonos en películas, libros y discos que acaban dejando una huella importante en nuestras creaciones».

Su trabajo se mueve siempre entorno a la exploración de dos ideas: identidad y límite. En segundo, entendido también como una indagación en los terrenos fronterizos del tiempo, en la conciencia de tránsito y permanencia. No hace falta un sesudo análisis psicológico para entender el por qué de la obsesión por el Yo y El otro. Son gemelos, con todas las divagaciones intelectuales que se derivan de esa condición particular: desde las teorías sobre inteligencia disociada, hasta las paradojas de la complementariedad.

«Que seamos gemelos básicamente significa que nos conocemos tan bien que no podemos engañarnos. Sabemos lo que piensa el otro, lo que siente, y algunas veces hasta nos adelantamos a las intuiciones o reflexiones del otro. Además, tras una década larga de creación mano a mano, la comunicación es total, pero eso nos facilita la tarea, no supone ningún tipo de inconveniente».

Quizá lo que mejores resultados les haya dado hasta el momento son sus obras de ‘arqueología proyectada’, en las que proponen al espectador un juego (no exento de ironía) que consiste en situarse en el futuro y observar las huellas de la realidad presente que quedarían para las próximas generaciones. En el Museo de Cádiz apostaron por «no romper con el entorno con una propuesta agresivamente contemporánea», sino que insertaron sus piezas disimuladamente, pero sin renunciar a una fuerte carga subversiva.

El objetivo no es provocar una suerte de nostalgia antecedida, si no obligar a la reflexión sobre los mecanismos que dotan de significado transcendente a algunos objetos y a otros no, pero puestos en la perspectiva de un falso paso del tiempo. Todo ello aderezado con un sinfín de guiños literarios, cinéfilos y hasta musicales que ni subrayan ni esconden.

«En realidad, planteamos nuestra obra como una continuidad: las mismas ideas que nos inquietaban al principio son las que han ido evolucionando hasta llegar al Museo de Cádiz, y de ahí a Matadero...».

En ‘Cuarto Gabinete’, que podrá visitarse hasta el diez de enero en Madrid, los hermanos han intervenido en esos antiguos almacenes en los que se sacrificaba ganado con una serie de cortinas transparentes, de tiras de nailon, en las que cuelgan conchas marinas y pequeños objetos encontrados en la playa. «Es una especie de recreación de los gabinetes que tenían los viajeros, los exploradores del siglo XIV o XV, que volvían a casa con toda suerte de recuerdos simbólicos».

Para este 2010 que se avecina, los MP&MP tampoco prometen ninguna ruptura conceptual, ni filosófica. Ni creativa ni personal. «El dinero que hemos logrado con los premios y becas lo utilizaremos para lo que sirve el dinero: seguir haciendo lo que nos parece», asegura Manuel Pablo. Su hermano Miguel Pablo, una vez más, completa al quite el argumento: «Lo contrario sería ridículo y frustrante».