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Bukowski, obra dispersa
Anagrama lanza una selección de artículos, cuentos y otros textos del autor de 'Escritos de un viejo indecente'
MADRID. Actualizado: Guardar«El resto de la noche me bebí todo aquello». «Luego me pegó. En toda la nariz. Era agradable estar ciego». «El infierno linda con todas partes». «Mailer no se molestaría en escupirme a la cara, aunque soy mejor escritor». «Tantos intentos fallidos. Tantísimos. A los 50 años». «Escribía entre seis y diez relatos a la semana, bebía vino y haraganeaba en bares baratos». «Nina era un disparo de rifle en el cerebro de la psique; podía matar a cualquier hombre que quisiera». «Estoy aquí sentado, borracho, preguntándome cómo y dónde viviré mañana».
Ahí lo tienen, el estilo es el hombre. Inconfundible. En el centro del salón de los exitosos escritores malditos, bajo los focos, vemos a un Charles Bukowski despeinado, arrogante, violento, lloroso, sardónico, vanidoso, infantil, autocompasivo. Dicho de otro modo: un Bukowski en un estado normal. A su alrededor se amontonan las cordilleras de papel que emborronó durante su vida. En el ambiente flota el aura de admiración que todavía hoy provocan su obra y su biografía: un humillo nocturno, violeta y adolescente.
A Bukowski nada le gustaba más que hablar de Bukowski y vanagloriarse de su escasa fortuna. Él mismo se presentaba continuamente como un escritor marginado de los círculos literarios que publicaba en revistas porno. «Fui un vagabundo», repetía cuando quería describir el lugar de donde venía. Y por supuesto que fue un vagabundo, aunque también fue un funcionario del servicio postal y durante los últimos 25 años de su vida un escritor profesional que vivía exclusivamente de su trabajo creativo. Y no le fue mal. Publicó más de 40 libros, fue admirado en Europa, llegó a vivir en un bonito rancho en Hollywood, pudo emborracharse con buenos vinos franceses y también desplazarse en un caro bólido alemán.
Se podría decir que ni siquiera la muerte ha conseguido que su racha final se tuerza demasiado. Quince años después de su fallecimiento, Bukowski sigue estando vigente y sus libros se reeditan y continúan viajando, manoseados y pintarrajeados, en las mochilas de los estudiantes letraheridos. Los jóvenes escritores le homenajean e incluso se recuperan y agrupan sus textos que quedaron olvidados en las hemerotecas. Eso fue lo que ocurrió hace un año, cuando la legendaria City Light Books de San Francisco publicó 'Fragmentos de un cuaderno manchado de vino', un volumen que recogía algunos de los relatos, artículos y ensayos de Bukowski que nunca habían sido recogidos en libro.
Eslabón perdido
Anagrama publica ahora ese volumen que, al cuidado del profesor David Calonne, presenta trabajos de distintas fechas y procedencias. El texto más antiguo apareció en la revista 'Store' en 1944, cuando Bukowski tenía sólo 24 años. El más reciente fue publicado en 1990 en la revista 'Arete', cuando ya había hecho el cafre en el 'Apostrophe' de Bernard Pivot y se había visto a sí mismo en la pantalla interpretado por Mickey Rourke. Además de esos trabajos, en el libro se reúnen una treintena de piezas: cuentos furiosos, ensayos más o menos literarios, artículos sobre cómo apostar en las carreras de caballos, manifiestos de naturaleza artística o reflexiones sobre Katherine Hepburn y la crítica académica.
John Martin, el editor de Bukowski en Black Sparrow Press, considera que esta recopilación de textos es «el eslabón perdido» en la obra del viejo indecente. Bueno, exagera. En realidad no se trata de un eslabón tan extraordinario. Es, sencillamente, un eslabón más. En algunas ocasiones el lector familiarizado con la literatura de Bukowski incluso tendrá la sensación de estar ante textos recuperados que, misteriosamente, ya conoce bien. Ocurre, sobre todo, con las ficciones más antiguas del libro.
Quizá presentan un mayor interés los textos de carácter menos narrativo en los que Bukowski se acerca al ensayismo y reflexiona, a su manera, sobre su propia escritura. Aunque compuso un personaje primario e incontrolable que entendía la palabra 'intelectual' como un insulto grave, parece claro que el americano fue un lector incansable y tajante. Incluso él tuvo tiempo de componer su propio canon, un panteón portátil que podía llevarse de bar en bar y en el que había sitio para Céline y Li Po, Artaud y Hemingway, Dostoievski y Saroyan.
Bronca en el parnaso
Entre esos textos que se alejan de la ficción y participan del periodismo, de la crítica literaria y del ensayo, encontramos cosas tan sorprendentes como un breve programa de actividades para una hipotética visita de Li Po a Los Ángeles: «Le diría a Li Po que Hemingway, Faulkner y F. Scott solían ponerse como cubas en Musso's». En otra de esas piezas, Bukowski cuenta cómo conoció al gran John Fante, al que le camufla levemente el apellido mientras aprovecha para ajustar cuentas con el parnaso literario americano de su tiempo: «Había oído hablar mucho sobre Bante durante mis borracheras. Sobre cómo el mundo era tan estúpido que no era consciente de que sus escritos existían. Cómo el mundo era tan estúpido para honrar a tipos como Mailer y Capote y Bellow y Cheever y Updike cuando un simple párrafo de Bante podía decir más con una sencillez pasmosa».
También hay un prólogo que nunca llegó a publicarse que habla de la relación entre Bukowski y William Wantling. Se trata de una pieza significativa que tiene cierto interés perverso. Digamos que Wantling era lo que Bukowski afirmaba ser: un escritor maldito de verás. Poeta y novelista de escasa fortuna, Wantling fue también infante de marina en Corea, presidiario en San Quintín y tipo duro en los suburbios californianos de la droga. Admiraba enormemente a Bukowski y le invitó a dar un recital en Illinois, pagándole 500 dólares de la época.
De esa visita inicial habla Bukowski en una pieza en la que describe con ternura al autor que prologa: «Wantling era un actor venido a menos que vivía en Hollywood y tomaba pastillas y bebía mucho más de la cuenta». Después Bu-kowski maltrataría con saña a Wantling en la prensa (que terminaría muriendo solo y desesperado) y se comportaría como un auténtico canalla con su viuda. Barry Miles detalla ese episodio con todo detalle en su estupenda biografía de Bukowski. Es un libro muy recomendable para aquellos lectores que sean amigos del viejo indecente, pero más amigos aún de la indecente realidad.