Sobrecogedor
Actualizado: GuardarSobrecoge a lo que podemos llegar los hombres. Ha caído en mis manos algo acaecido hace un tiempo.
Se publicó en 1992 en Barcelona, con el título de El último recurso, un libro en el que Derek Humphry hace una apología de la eutanasia y refiere distintas maneras de suicidarse. El último año, poco después de que esta obra (Final Exit) se publicase en los EE UU, Patrick Buchanan contaba la historia de la muerte de la mujer del sr. Humphry.
Ann Wickett, de 49 años, era lo que podíamos llamar una mujer moderna. Lo tenía todo: guapa, de ojos azules, hija de un banquero de Boston, doctora en Literatura Inglesa, especialista en Shakespeare; y cofundadora con su marido de la Hemlock Society (Sociedad de la Cicuta), una sociedad a favor del derecho a una «muerte digna».
Gary Abrams, de Los Angeles Times, nos describe la muerte de Ann. El 2 de octubre dejó su granja de Oregon, subió a su caballo favorito en el remolque y partió hacia las montañas. Allí bajó, ensilló el caballo y se perdió por el bosque. Desmontó, despidió al caballo. Tomó unas pastillas y se sentó a esperar lo que tenía que llegar. Seis días más tarde la policía descubrió su cabello rubio por entre las hojas caídas del otoño.
Podríamos pensar que fue una forma romántica de morir (¡Ay! del sentimentalismo), pero no lo fue. Ann Wickett dejó en su testamento toda su amargura y resentimiento. «Lo conseguiste, escribió a su marido. Desde que me diagnosticaron el cáncer has hecho todo lo imaginable para acelerar mi muerte. No hay palabras para describir el horror de lo que me hiciste: abandonar y después hostigar a una mujer que va a morir».
La muerte de la mujer de Derek Humphry, es algo muy grave, no sólo por lo que supone una tragedia personal. Es el presidente de la Hemlock Society, el principal defensor del suicidio asistido en EE UU y su Final Exit se ha convertido en un best seller.
Cal McCrystal, periodista británico, los conoció cuando estaban casados y confirma la historia de Ann. En 1990, en una carta, le contaba que estaba hundida por la aventura de su marido con una mujer a la que le doblaba la edad. «Quiero dejar constancia -decía- que Derek está intentando matarme. No creo que haya dudas sobre esto. Es patológico y siniestro. Para él es importante animar a los demás a morir, incluso presionándoles. Derek está intentando sabotear todos y cada uno de mis intentos de sobrevivir. Ahora alardea de tener una nueva amante, a la que ha comprado una casa.
Humphry está orgulloso de haber ayudado a suicidarse a otra anterior mujer y declara haber intervenido en el suicidio de los padres de Ann (que utilizó la herencia para comprar la granja de Oregon).
Querer ser los dioses de la vida. No contar con Dios. Hace que falte ese punto de visión que se eleva de la tierra, para no dejar sólo la visión achatada. Falta la dimensión hacia arriba que soluciona tantos problemas...
El final sobrecogedor de Ann, sola en los bosques de Oregon debe hacernos recapacitar en lo que esconde amparando detrás del tranquilizador slogan «muerte digna». Es un suicidio en toda regla. Alfredo Hernández Sacristán.